19 dic. 2025

Democratismo y democracia

Por Mario Ramos-Reyes, Ph. D.
El sistema republicano no puede compartimentar las libertades y decidir desde el poder quién ni qué actividad es libre. La razón es clara: no se es libre de manera arbitraria, como tampoco –debe agregarse– se puede ser demócrata a la fuerza. El presidente Nicanor, sin embargo, piensa diferente, a estar por su alabanza al régimen de Hugo Chávez; un régimen –dijo– que sufre de “exceso de democracia”, al punto de haber reconocido el mecanismo de consulta popular o revocatoria que busca limitar el ejercicio del poder. ¿Qué significa tal cosa?
Nótense dos aspectos fundamentales en las pretensiones de “exceso” democrático. En primer lugar, la afirmación encubierta de identificar elecciones con democracia, lo cual es solo parte de las condiciones de la misma. Varias elecciones, buena democracia; pocas elecciones, mala democracia. En segundo lugar, el juicio solapado de que lo bueno, moralmente, es lo democrático; lo demás –por ser antidemocrático– es malo, inmoral. Así, democracia, elecciones seguidas y bien moral se identifican en continuidad lógica implacable. Esto es precisamente lo que se denomina “cesarismo” democrático: la democracia como dios profano.
Esta visión olvida tres cosas elementales: en primer lugar, el hecho de que ningún exceso es bueno, como tampoco ninguna carencia. Es que en el medio –la moderación– está la virtud, decía Aristóteles. Y eso es aun mayor en ética y sobre todo en política: un régimen que excesivamente protege a los adinerados genera envidia; uno que demagógicamente favorece a los pobres, engendra resentimiento. Exceso de elecciones para justificar el capricho del que gobierna o ninguna elección para alargar su poder tampoco son buenos. En ambos casos, la moderación y el equilibrio se dejan de lado.
En segundo lugar, la democracia no es la suma de la felicidad humana; es apenas un sistema de gobierno –el menos malo entre varios peores–; por lo que alabarla en exceso, como si fuera la parusía y el advenimiento de la felicidad, es, al decir de Ortega, morboso. Es puro democratismo, concepto vacío de auténtica madurez política que exige frenos y contrapesos a la voluntad popular. Esto nos lleva al tercer y, tal vez, más importante concepto: el de república. La democracia para ser equilibrada necesita justamente no inclinarse al exceso de la mayoría sino al respeto de las minorías.
La democracia chavista carece, precisamente, de lo fundamental: moderación, equilibrio, republicanismo; deslizándose –a pasos acelerados– al democratismo, donde la mayoría “manda”, lo que, no olvidemos, no es nuevo en América Latina. ¿Cómo olvidar a las “democracias” de Stroessner, Trujillo, Rojas Pinilla y demás “cesarismos”? Todos ellos gozaban de “excesos” populares, que en última instancia solo eran modos de encubrir su desdén por la democracia misma; eran dictaduras legales, encubiertas; vanos deseos de vender la ilusión de que sin ellos –los caudillos providenciales– no había salida. Eco triste de aquella afirmación de George Orwell en “Rebelión en la Granja”: la de la idea de una sociedad en donde todo es democracia, pero donde unos pocos iluminados –los varios Chávez y sus acólitos– se presentan como más democráticos que los demás, solo con la meta de ejercer sobre ellos un poder absoluto.