18 abr. 2024

De Kirk Douglas a Michael, dos estrellas con muy poco en común

Kirk Douglas nació siendo “el hijo del trapero” y Michael Douglas siempre fue el hijo de una estrella de cine. Dos mitos unidos por un legendario hoyuelo en la barbilla y separados por el cambio generacional del Hollywood dorado de los grandes estudios al cine explícito y globalizado.

Kirk Douglas, actor estadounidense. EFE/Archivo

Kirk Douglas, actor estadounidense. EFE/Archivo

“Siempre les he dicho a mis hijos que no tuvieron la ventaja que tuve yo de nacer en una pobreza miserable”, ha afirmado en varias ocasiones Kirk Douglas, que en tan solo cuatro días cumplirá cien años.

Nacido Issur Danielovitch Demsky en Nueva York, hijo de emigrantes rusos, el patriarca de los Douglas tuvo que sudar tinta china para llegar a destacar en el cine, combatir en una guerra y, aun así, quedarse sin su Óscar en competición tras tres nominaciones por legendarias interpretaciones.

Su célebre hijo, en cambio, nació en Nueva Jersey como Michael Kirk Douglas, rodeado de atenciones y con la vía libre en un Hollywood que le ha dado dos Óscar de dos nominaciones.

Una como productor por One Flew Over the Cuckoo’s Nest, por los derechos de adaptación que le había cedido su padre (al que, además, negó el papel protagonista), y otro como actor en el personaje de su vida, el tiburón de Wall Street Gordon Gekko.

Sus problemas llegaron una vez en la fama, cuando su condición de mito del “thriller” erótico con Fatal Attraction o Basic Instinct -en cuyo estreno le acompañó su padre- se trasladó a su vida real y tuvo que entrar en una clínica de desintoxicación por su adicción al sexo, las drogas y el alcohol.

Por ese y otros motivos, Kirk Douglas se había opuesto en un principio a que su hijo Michael desarrollara su carrera como actor, aduciendo que era una vida demasiado inestable.

“Cuando te conviertes en una estrella, tú no cambias, pero todos los demás sí”, decía. Al fin y al cabo, una de sus mejores películas, The Bad and the Beautiful, de Vincent Minnelli (su director fetiche), era una cáustica crítica a los magnates de Hollywood y él mismo se arrepentía de no haber prestado atención a su familia.

“Durante muchos años le consumió la culpa por ello y pasó mucho tiempo hasta que lo aceptó. Pero ahora nos llevamos muy bien”, aseguró con los años Michael Douglas, quien ha conseguido estabilidad -jalonada de algunas crisis- al lado de otra estrella, la galesa Catherine Zeta-Jones.

Sin embargo, en el momento en el que su hijo insistía como actor y fue despedido de la obra de teatro Summertree, Kirk compró de nuevo los derechos para el cine y la flojísima película fue protagonizada por Michael Douglas, arruinando su reputación como productor, curtida en títulos como “Spartacus”.

Ese mimado pero exitoso Michael Douglas representa la cara hermosa del relevo generacional: sus hermanos Eric, Joel y Peter también siguieron su genética cineasta pero sin salir del anonimato, algo que en el caso de Eric (que debutó al lado de su padre en A Gunfight en 1971) terminó en una muerte por sobredosis el 6 de julio de 2004.

“La gente piensa que siendo hijo de Kirk Douglas no tienes que hacer nada. Si tienes éxito es lo normal. Si no, es que eres un capullo como el resto”, resumió Michael.

Kirk tuvo durante décadas una adicción, los cigarrillos que consumía de manera ininterrumpida, pero llega a los cien años tras superar una apoplejía e incluso protagonizando en el siglo XXI una olvidable comedia junto a su hijo titulada It Runs in the Family (2003). Michael acababa de superar un cáncer de lengua (y lo superaría una segunda vez).

El padre, con su histrión desquiciado bien hacia la mezquindad del periodista de Ace in the Hole, de Billy Wilder, o hacia la vulnerabilidad artística de Vincent Van Gogh en Lust for Life, de nuevo de Minnelli, Kirk Douglas creó escuela y construyó su mito.

Luego exploró la socarronería a las órdenes de Joseph L. Mankiewicz en There Was a Crooked Man junto a Henry Fonda (otro que diría “cómo voy a querer a Hollywood si da sus Oscar a tus hijos antes que a ti”) o el cine de aventuras de “20.000 leagues under the sea”.

El hijo se adaptó a unos tiempos de interpretaciones menos afectadas pero con una versatilidad similar, tanto en sus comedias con Kathleen Turner, sus iracundos personajes en Falling Down y The Game, su mencionada faceta erótica o su premiadísima encarnación de Liberace en Behind the Candelabra.

Eso sí, su intento de volver a la época dorada de Hollywood con la nueva versión de Dial M for Murder, de Alfred Hithcock, cambiando a Grace Kelly por Gwyneth Paltrow, no salió del todo bien.

Tampoco tuvo el reconocimiento esperado su último gran esfuerzo en el cine hasta la fecha, Wonder Boys, de Curtis Hanson, cuyo fracaso superó gracias a la ayuda de su padre.

“Mi padre me ayudó a superar ese fracaso. Su película favorita es Lonely Are the Brave y nadie la vio ni entonces ni ahora. Su decepción me ayudó a llevar la mía”, afirmó.

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