El BCP reconoció oficialmente que la inflación de enero fue la más alta de los últimos 23 meses. Chocolate por la novedad. Más allá de las intrincadas reglas econométricas, funciona el dinerómetro de bolsillo, un sistema al doloroso alcance de cualquier ciudadano. La carne vacuna, principal componente de la canasta manducatoria nacional, viene subiendo sin pausa desde que la carne paraguaya fue recibida en los grandes mercados del exterior.
Los panificados, hortalizas, frutas, y bebidas sin alcohol (las alcohólicas subieron más), venían también pegando sus estironcitos, hasta que la suba del pasaje en ómnibus les dio el empuje decisivo. Ahora estamos cerca de ir de compras para el morfi casero, a boutiques especializadas. Y ojalá no debamos terminar llenando la canasta familiar en las joyerías, si me disculpa la humorada negruzca.
Claro que la clase media para abajo está chocha con el tratamiento VIP que está recibiendo de la Secretaría de Tributación, temible departamento del Ministerio de Hacienda que decidió cobrar IVA sobre saldos a los pequeños prestatarios de dinero de las cooperativas, asociaciones de empleados y afines. Mediante esta generosa medida, los del pueblo llano pagarán (pagaremos) más impuestos que los grandes contribuyentes. Bueno, me salió exagerada la frase. Pero la sensación térmica bolsillar está altísima.
Lo llamativo de la inflación reconocida por el BCP es que, a pesar de ser la más alta de los casi dos años pasados, solo llegó al 1,4%. Con semejante guarismo, no hay condiciones para autorizar la suba de salarios que tan urgentemente reclaman los empleados.
Pero hay aroma a aumentos en el ambiente. Y eso hace que, preventivamente, los comerciantes ya hayan subido sus precios. Si llega a concretarse la suba salarial, los precios darán otro brinco y los ciudadanos dependientes de un sueldo se encontrarán (nos encontraremos) con que, ahora sí, el sueldo no alcanza para un carozo.
No es un cuadro auspicioso para quienes manejan el país. Si le agregamos el clima hostil creado por la gente expulsada de un día para el otro de sus laburos, no es de extrañar la seminostalgia que de pronto despierta Stroessner en una parcela enorme de los habitantes del país.