En los escritos se puede ver que el profesional supo combinar el camino hacia el éxito laboral y a la par, buscar el equilibrio con el cultivo de un rico mundo interno, sin dejar de disfrutar de los pequeños placeres de la vida, como por ejemplo el de viajar.
En las primeras páginas, el lector ya siente la cercanía de las palabras de lo que parece un amigo entrañable, que comparte momentos de su historia, los que él considera importantes en la construcción de su fortaleza interior y de su enriquecido mundo exterior.
Su decimocuarto libro relata anécdotas familiares y parte de su camino espiritual. Ese camino, que le inspiró a narrar sus historias con un fin muy noble: Ayudar a las personas a “despertar”, como en muchos de sus relatos, él siente que lo hizo.
“Las historias son fundamentales en la vida; hay que contárselas a los niños para que duerman y a los adultos para que despierten”, comparte el autor en la página 7, al tiempo de recordar a su primer profesor de Kabbalah.
Acerca de la filosofía Kabbalah también señala en una de sus páginas que cuando le preguntan sobre ella, responde: “Es una tecnología para el alma”, citando a sus maestros.
El publicista y escritor va eligiendo “historias originales, personales, de familia, amigos y conocidos”, dejando ver al lector su capacidad de observación, análisis y reflexión.
En cada página coloca narraciones con experiencias, que a veces son una invitación para analizar las propias vivencias, y lo hace muniéndose de elementos que también muestran su creatividad, don nato que le ayudó a destacar en el mundo de la publicidad.
Estos elementos son, por ejemplo, tomar emociones como alegría, melancolía, nostalgia y ternura, propias de la vida –descritos con sus propias palabras–, además de toques de humor, ironía y realismo. Siempre con ese deseo creativo de que el lector pueda “volar y vivenciar”, más que simplemente distraerse con una lectura entretenida.
El autor a veces elige historias que dejan lecciones después de compartir relatos con picardía (Anecdotario Facundo Cabral), otras veces, los momentos descritos son dolorosos (hablando del desafío de reparación), pero siempre sus letras dejan una lección por procesar, una invitación a revisar tal vez algo pendiente en la propia vida.
Más momentos del libro. En un par de páginas del libro, nos encontramos con lo que parece un ejercicio de memoria no solicitado del autor, dando como resultado Recuerdos inconexos de Asunción, una narración que deja con ganas de mirar con ojos curiosos ciertas calles del microcentro capitalino, sitios que por algún motivo dejaron huella en la memoria de su pluma.
También en Casonas, casas y casitas de la Asunción de mi infancia, Nasta describe y recuerda algunas construcciones importantes de la sociedad asuncena, austera, hasta más o menos mediados de los setenta. Y en Nuestros hogares, vuelve a recordar calles del microcentro capitalino, donde habitó con su familia.
Mientras que en otro par de páginas, el publicista expone la astucia y el ingenio que, tanto para él como para su hermano Jorge, fueron determinantes para poder disfrutar de un entretenimiento musical de alto vuelo en el auditorio de TV Río. Todas estas son crónicas muy amenas.
Y nuevamente con su compañero de aventuras, Jorge, recuerda, en el capítulo Pequeños cinéfilos, cómo lograban disfrutar de cintas western en el cine Rex (hoy Teatro Latino), en tiempos en los que la televisión todavía no había llegado a los hogares asuncenos.
Las anécdotas, como las del Hombre de traje gris, Notas en Brujas, o las de Mis primeros pasos en París, Audaz y aventurero, Susto en el Hotel Guaraní, El momento del cambio, son ocurrentes historias que parecen extraídas de un diario íntimo, detallando coloridas experiencias, vivencias que dejaron huellas en el recuerdo del autor.
Además son atractivas las anécdotas de su apellido, en Patronímicos o Un trago y basta, que habla de su gusto por lo dulce, el cual anula el placer que muchos dicen encontrar en el alcohol.
En tanto que en páginas como las de Papá en la radio, donde recuerda la primera vez que escuchó a su padre en la radio (tenía ocho años), o Lágrimas de Navidad, son relatos que nos hacen sentir ternura hacia anécdotas de su infancia.
En el relato Fugaz pasantía por las radionovelas, Daniel Nasta recuerda y relata su paso por radioteatros, donde compartió con figuras como Ricardo Turia, Juan Carlos Hermosa, Carlos Gómez, Santos Burgos, Washington Ramírez, Nelly Daponte y Miriam Celeste, entre otros nombres famosos del quehacer teatral.
Esas experiencias, cita, fueron sus primeros pasos en los medios de comunicación, un camino que, con el tiempo, lo llevaría a la publicidad.