Domingo|5|OCTUBRE|2008
M.J. K. Rowling, la autora de la serie de Harry Potter, ganó 300 millones de dólares entre junio de 2007 y junio de 2008, o sea 571 dólares por minuto. Su último libro vendió 44 millones de ejemplares desde su publicación; el día de su lanzamiento se vendieron 15 millones.
En segundo puesto aparece un escritor llamado James Patterson, que ganó solamente 50 millones de verdes. En último lugar, entre los diez escritores más vendidos, aparece Nicholas Sparks, con solo 16 millones, anga. No conozco a los diez, pero sí a Rowling, a Stephen King y John Grisham, tres ilustres jagua ri'ái; sospecho que los siete restantes están a la misma altura.
Como contrapartida, recordemos que Jorge Luis Borges dejó al morir una fortuna de 400.000 dólares -mayormente hecha en los últimos años de su vida-. Borges se hizo escritor y realizó la parte más significativa de su obra sin haber ganado plata con sus cuentos y poesías. Le ayudaba el hecho de que su familia tenía recursos económicos y él hacía unos pesos extra colaborando en revistas. Mucho tiempo le llevó alcanzar el reconocimiento, y solo entonces la escritura se le convirtió en una actividad rentable. Sus primeros libros no tenían venta y, si hubiese tenido que depender solo de ellos, se hubiera muerto de hambre.
Pero Borges tuvo suerte si se lo compara con otros grandes escritores. Balzac vivió corriendo de los acreedores. Cervantes terminó preso por razones económicas. Pérez Galdós murió ciego e indigente.
La lista de los grandes creadores pobres es interminable. La lista de los malos escritores ricos ha aumentado con la globalización, que ha creado un público lector internacional. Lo ha creado, por desgracia, a imagen y semejanza de los intereses comerciales de las multinacionales de la cultura (si de cultura puede hablarse aquí). Toda empresa necesita ganar dinero para sobrevivir, pero que las editoriales multinacionales sobrevivan rebajando la literatura es una cosa nueva.
Como pretexto dicen que la gente común quiere eso. No es cierto. La gente común era la que asistía a las representaciones teatrales de Esquilo, Shakespeare y Calderón de la Barca. O la que asiste a los festivales de Fellini, Bergman o Kurosawa (un tipo de directores cada vez más raro). La gente común, cuando no tiene alternativas, lee libros de cuarta.
Es dudoso que los mercaderes del papel impreso ofrezcan alternativas a la gente, y por eso deben intervenir las autoridades. No para censurar (no se debe gastar pólvora en chimangos), sino para ofrecer otra cosa.
La gente tiene interés en la cultura y responde cuando se le ofrece algo bueno. Uno de los tantos ejemplos es el SODRE del Uruguay, que desde hace más de medio siglo realiza una importante tarea para elevar el nivel cultural del país. Cambiando lo que se debe cambiar, al SODRE se lo puede comparar con nuestra Radio Nacional, que en tiempos de Stroessner fue nefasta y después fue insuficiente como transmisora de cultura.
Pero la Radio Nacional puede ser mejorada, y también se pueden utilizar otros medios para contrapesar el vyro rei generalizado. Ya existen proyectos interesantes (como el de teleeducación), que deben ampliarse y continuarse.