18 feb. 2025

CUARTO OSCURO

La tarea de la Policía no es joda. Haga lo que haga en determinados casos, se asegura un plagueo en contra de padre y señor mío.

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Si se porta con mano dura, es acusada de criminal, nazi, despiadada y digna de ser eliminada. Si actúa con prudencia, es acusada de floja e inútil. ¡No hay medida que le venga al pueblo!

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En el desmadre del juicio del Ycuá Bolaños, los cascos azules y los policías comunes se portaron con una paciencia digna de Job y otros grandes ejemplos de paciencia humana.

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Eso duró más de tres o cuatro horas. Los canas de chuparon varias horas de insultos y hasta golpes sin derecho a réplica. Y eso, con el calor que hacía el martes, requería mucho autocontrol.

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Más adelante, cuando intervinieron personajes ajenos al juicio, y más bien se destacaban los vándalos por encima de las víctimas, los canas repartieron también palos. Y balas de goma, y chorros de agua, y lo que sea.

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El toque tercermundista y paraguayísimo lo dieron los canas que, desprovistos de elementos con qué responder a las pedradas de los revoltosos, devolvieron también cascotazos, convirtiendo la escena en un cuadro de guerrilla infantil tipo barrio contra barrio, de otros tiempos.

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La Tv curepa pasó trechos de las grabaciones del intercambio de pedradas entre civiles y policías. Fue muy gracioso, por decir algo.

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La rabia largamente contenida de algunos policías se reflejó en venganzas medio miserables, como el caso del casco azul que golpeó con fuerza a una jovencita con su tonfa (la cachiporra con agarradera, de origen oriental), y la tiró al suelo. ¡Muy cobarde su acción, agente!

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La escena del cobardón pegando a la jovencita fue tapa de un diario muy popular. Y el tipo quedó quemado para siempre en su círculo de amistades, suponemos.

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Si los opositores hubieran tenido en sus filas a gente verdaderamente sagaz, el despiole del martes a la noche habría podido ser algo similar al del Marzo Paraguayo.

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Los elementos básicos estaban ahí: indignación colectiva, calor infernal, y jóvenes dispuestos a lo que viniera. Un empujoncito, y quien sabe qué pasaba.

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Lo que no entendemos de cierto grupo de las víctimas (porque hay dos o más) es su afán de destruir los bienes que más adelante van a corresponderles como parte de la indemnización que deberán cobrar.

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No solo querían arremeter contra locales que son todavía de Pío Paiva (presuntamente), sino los que ya no le pertenecen, y fueron incluso vendidos a otros. Se comprende el dolor, y la ira, pero habría que pensar un poquito.

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