25 abr. 2024

Cristiano Ronaldo y Engels en la lucha de clases

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Frederick Engels.

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A donde Cristiano Ronaldo regresó a vivir, más de siglo y medio atrás un hijo de la burguesía alemana, cuya próspera familia tenía inversiones para las que él trabajaba en las islas británicas, se propuso recorrer y conocer a profundidad las calles, los barrios, las fábricas, las casas, los bares, las tiendas de la ciudad de las telas; las faenas, los días y las noches de los trabajadores del epítome urbano del capitalismo industrial del siglo XIX, con la fama de sus telares, de sus máquinas: Mánchester. Ese hombre, curioso y pedestre, a pesar de su alcurnia, fue Frederick Engels. De aquella inmersión surgió La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).

Entonces Engels también dedicaba sus horas al periodismo, afincado en la bullente tierra de transportes y comunicaciones veloces que era y es Gran Bretaña. De hecho, en un ágape del mundo editorial conoció a Karl Marx. Diarios y libros, le informó a su más reciente amigo en una carta de fines de 1844, a propósito de las fuentes de la investigación (además de las citadas de campo), que estaba por publicar. El espíritu de reporter a la vez que de sociólogo que había en él, de agudo observador del movimiento social, político y cultural, desperdigó en revistas de Inglaterra y del continente sus impresiones, análisis acerca de los trabajadores europeos, desde dentro de su clase y, en particular, desde dentro de la clase capitalista inglesa que, por supuesto, conocía al dedillo: la más pujante y, a la vez, la de mayores efectos miserables.

En Mánchester, Cristiano —empleado de una empresa deportiva y, a la vez, capitalista con inversiones inmobiliarias— se convirtió en el primer futbolista posmoderno con conciencia de clase propietaria; es decir, de su cuerpo y, con él, de su imagen. Por ello ese culto a sí mismo, esa confianza en la racionalidad de la preparación física, mental, tecnológica, últimamente más bien estadística que reina en el fútbol de élite, de la que el portugués es paradigma. Un deporte en el que el empleado debe venderse, no solo como atleta; debe ser una empresa de sí mismo, según un modelo anglonorteamericano que se ha impuesto desde que Margaret Thatcher desalojó ejemplarmente a la clase obrera de los estadios ingleses, mientras la empobrecía y reprimía.

En la ciudad de los goles de George Best y de Eric Cantona, de la música de Joy Division y de Oasis y, otra vez, de Cristiano, hoy la clase obrera está proscrita de las butacas. De hecho, en Gran Bretaña fue demonizada, en gran parte, a través del fútbol. Por desmanes de una minoría violenta (en todo caso, resultado cabal de políticas represivas y recesivas de los 80), los políticos de derecha ingleses, los medios masivos y las fuerzas de seguridad influyeron en el escarnio y ridiculización a que fue sometida la clase trabajadora desde el fútbol. Esto es recordable ahora que son casi 15 millones los pobres en Reino Unido.

Según Chavs, la demonización de la clase obrera (2011) —del ensayista de Sheffield, Owen Jones— es cada día más brutal el clasismo de los ricos y sus aparatos ideológicos en la Gran Bretaña del siglo XXI. “Parte del nuevo espíritu comercial” del fútbol en los primeros años 90, explica Jones, “consistía en excluir a muchas personas de clase trabajadora del estadio”. Recuerda que, en su Programa para el futuro del fútbol, la Federación inglesa afirmó que el deporte más popular debía atraer a “más consumidores pudientes de clase media”, es decir, los menos populares posibles. Es lo que Marx y Engels hubieran llamado una expresión de la lucha de clases. La de una capitalista, apropiada del espectáculo, en detrimento de otra subordinada a la fuerza, y en favor de una fiel subalterna: clase media seducida por el consumo y, también, por el odio. Este paradigma se ha extendido.

En Asunción, Olimpia y, en menor medida, Cerro Porteño, aspiran a capitalizarse con el socio abonado y privilegiado que llene el coliseo, algo por ahora no enteramente posible por las obvias diferencias entre la clase media europeo-norteamericana y la paraguaya. Pero el modelo a seguir es este, con la excusa de la crisis: la de la clase obrera fuera de los estadios, de todas las canchas, pasto del vilipendio, viéndolo todo en la pantalla.

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