13 jun. 2025

Convenciones cartesianas

Por Blas Brítez - @Dedalus729

Que yo recuerde, la última vez que una convención colorada tuvo una repercusión política decisiva fue en 2011. El 15 de enero de ese año se modificó el artículo 110 del Estatuto de la Asociación Nacional Republicana que habla de la antigüedad necesaria para que un afiliado o afiliada pueda postularse a presidente de la República. Pasó de 10 años a tan solo 1 el requisito para ser elegible como titular de una chapa presidencial colorada. Una especie de plato electoral diseñado a la carta para Horacio Cartes y su billetera.

El mismo había aterrizado en aquel entonces recientemente en el mundo partidario como una especie de “inversionista extranjero” en una organización herida por la derrota de 2008 contra Fernando Lugo. Una herida humillante para el fervor colorado, seis décadas antiguo en el poder.

La anterior convención “relevante” parece un chiste frente a esta, aunque tenga sus proyecciones hasta el presente al interior de la nucleación: en 2007, el hoy minoritario Nicanor Duarte Frutos impulsó la “precisión ideológica” de los principios del Partido Colorado, impulsando su adhesión desesperada y teatral a un vago “socialismo humanista” del cual el cartismo se hubiera mofado siniestramente si es que tuviera la ociosa costumbre de recordar su ideario.

Un año y medio después de aquella convención de 2011, Fernando Lugo (en un escenario hasta hacía poco tiempo yermo de liderazgo político electoral del Partido Colorado, hasta la llegada del “inversionista-líder” Cartes) fue sacado del poder por medio de un golpe parlamentario por colorados y liberales. Algunos de estos últimos sostienen a Cartes en el Parlamento, pero quienes no lo hacen –y se rasgan las vestiduras contra el empresario– también ayudaron a encumbrar su proyecto con el golpe.

Luego de cinco años, el estómago voraz y populoso de la ANR se ve de nuevo sacudido por el mismo hombre y la misma hambre personal: como no sucedía desde 1967, cuando Stroessner impulsó toda una Constitución a la medida de su proyecto hegemónico y dictatorial, Cartes ha reeditado el “debate” colorado sobre la reelección presidencial –por la vía que fuere– y ha posicionado a su partido en favor de esta de manera unánime, ante la retirada del cónclave de la apesadumbrada oposición interna.

Para mayor gloria cartista, afiliaron públicamente a la ANR a un empleado estatal de alto rango: el ministro de Hacienda Santiago Peña. El acto tuvo todo el efecto del boato mediático. El mensaje parece ser que –esta vez ya con la ausencia de las cámaras– exigirán lo mismo (por lo menos “lealtad”, si no afiliación) a cuanto simple funcionario no colorado trabaje hoy en el Estado. Un alarde orwelliano.

El 15 de enero de 2011, Cartes dijo: “A ellos (sus opositores) les hablo con el corazón y les invito a que recapaciten. No creo que ni tengamos diferencias, no les estamos despojando de nada”. No existe tal corazón abierto en Cartes y despojar es un exacto verbo de filiación cartista.

Resta preguntarnos: ¿Estamos, entonces, ante el mismo proyecto colorado de hace 50 años?