20 abr. 2024

Cartes o el final decadente de un obseso del poder

Estela Ruiz Díaz En TW: @Estelaruizdiaz

Hace cinco años, Horacio Cartes asumía la Presidencia de la República en medio de altas expectativas porque era un outsider sin altas deudas políticas. En dos días, deja el poder en medio de escándalos con un reforzado rasgo autoritario e intolerante que no supo pulir como presidente y que genera inquietud de cara al futuro por el rol que desempeñará en la llanura.

El origen de su poder lo dice todo. El magnate fue presidente de la mano del Partido Colorado, al que sacó de la llanura en el 2013 a fuerza de billetera. Intentó por todos los medios mantenerse como figura principal, ya sea a través de la reelección, ya sea a través de un delfín, ya sea como senador activo, sin importarle la crisis política generada por esas decisiones. Pero por esas extrañas razones de la política, como todo presidente colorado deja el poder derrotado por su propio partido.

RECUENTO. En un balance imperfecto de su gestión, sobresalen las obras de infraestructura y si bien es cierto que multiplicó las rutas como ningún otro presidente, también triplicó la deuda externa como ningún otro presidente (USD 7.600 millones, 60% más que cuando asumió en el 2013). Una pesada herencia cuyo impacto se sentirá en su verdadera dimensión en los años siguientes. Tuvo el tino de no vetar la ley de transparencia que descorrió el velo del secreto a voces de los escandalosos salarios del Estado, pero que no se animó a corregirlos.

Al igual que los gobiernos anteriores, mantuvo la senda de la estabilidad macroeconómica haciendo de Paraguay un país más previsible, que lo posicionó en los mercados internacionales, que aprovechó para la exitosa colocación de bonos.

Como todos los ex presidentes, no se atrevió siquiera a intentar la reforma del Estado.

LA TENTACIÓN. Si Cartes no caía en la irresistible seducción de permanecer en el poder más allá de los plazos constitucionales, hubiese entregado un país más ordenado, con mejores posiciones en el campo socioeconómico. A raíz de su obsesión, perdió e hizo perder al país la oportunidad de consolidar las instituciones, un paso necesario e ineludible para lograr el grado de inversión.

El modelo de estabilidad económica ya está agotado y el salto que debía pegar era el fortalecimiento institucional –un dato que el presidente electo debe tener como libro de cabecera si no quiere ser uno más en la lista gris de mandatarios que sucumbieron en la trampa de las veleidades de la politiquería–.

La reelección primero y la senaduría activa después, contraviniendo la Constitución, fueron bombas expansivas que debilitaron las instituciones a raíz de la inestabilidad política. Hechos suficientes para seguir en la liga intermedia en materia económica.

Esa obcecada obnubilación por el poder lo llevó a límites a los que ningún presidente llegó antes: aprobar a la fuerza la enmienda siendo un tema de alta combustión social alimentando una crisis que terminó con el incendio del Congreso y el asesinato en manos de la Policía de un joven dirigente liberal nada menos que en la sede del PLRA, un hecho que no se ha registrado ni siquiera en la más temible dictadura stronista.

FRACASOS SONOROS. Sin duda, la lucha contra el EPP lleva como un pasivo de su gestión. Como ningún otro presidente, Cartes tuvo las herramientas legales y los fondos para combatir con éxito al grupo criminal que reina en el Norte.

Sin embargo, deja el cargo con el agrio sabor del fracaso y con dos secuestrados de quienes no se sabe si están vivos o muertos, a pesar de haber instalado allí a las FFAA, que opera en medio de un cuasi Estado de sitio.

La guerra contra la pobreza ha sido una de sus más grandes promesas.

A pesar de una eficiente política de viviendas y el crecimiento del subsidio Tekoporã, la desigualdad ha crecido y el número de pobres se mantiene inalterable (26% de la población). En el 2013 recibió el país con 1.805.914 pobres y se va con 1.809.053, unos miles más según Estadística, Encuestas y Censos. Otro ruidoso fracaso de su gestión.

EL PATRÓN. La política ha sido para Cartes una moneda de dos caras. Si bien conocía las debilidades de los políticos a quienes mantuvo a raya a fuerza de billetera y prebenda estatal, no supo ver que no todo lo compra el dinero.

La soberbia genera incapacidad para comprender las señales más allá de las limitadas visiones de quien ejerce el poder privado y público como un patrón.

Por ello, y aunque suene contradictorio, así como encontró en la política el camino fácil para convertirse en presidente, fue la misma política la que le marcó la cancha y lo dejó fuera de juego.

No supo ni quiso comprender que la gestión política se hace con base en el diálogo y el consenso, y que las victorias devienen de muchas derrotas.

Por ello perdió en todas las jugadas donde quiso imponerse a la fuerza: la reelección vía enmienda, la derrota de su delfín Santiago Peña y el rechazo de su renuncia que le coartó la senaduría activa. En todas ellas, tuvo que dar el brazo a torcer.

EL ROL NUEVO. Cartes se despidió de sus ministros y colaboradores el jueves. Allí, después del acto, una mesa chica de dirigentes analizó el pos 15 de agosto. Antonio Barrios, Zacarías Irún, Juan Carlos Baruja, Sergio Godoy, Pedro Alliana y Walter Harms hablaron de Marito Abdo y lo que le espera.

Por ahora, Honor Colorado jugará callado y moverá sus piezas cuando Colorado Añetete empiece a resquebrajarse por efecto natural de la disputa por el poder. Saben que la grieta se agrandará y allí es donde quieren meter su cuña.

Horacio Cartes se va con la carga de haber destruido la institucionalidad de la República, rebajando aún más la ya desprestigiada Corte Suprema de Justicia y un Ministerio Público con figura nueva, pero con vieja sumisión a la política.

Se va con una ciudadanía en pie de guerra, que le saca de sus casillas porque no tolera la rebeldía de los estudiantes que no le rinden pleitesía y a quienes quiere acallar con balines de goma.

El patrón termina su mandato.

El tiempo dirá si también acaba su reinado.

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