19 ago. 2025

Carta abierta a una maestra

Me guardo su nombre, pero no será difícil encontrar personas que respondan a sus características.

Lo primero que admiro en ella es el amor que siente hacia sus alumnos. “Son terribles, pero les siento como a mis hijos”. Y cada día me lo repite una y otra vez. Habla con ellos en las aulas y en los recreos. También recibiendo las visitas de sus padres, que acuden a ella para múltiples consultas, algunas provocadas, porque ha notado que en esa familia su alumno no siempre es ayudado como debiera.

Está empeñada en que estos adolescentes, cada día, reciban un aprendizaje de conocimientos crecientes. No es tarea fácil porque muchos de los padres o madres no llegaron al séptimo grado y todavía no valoran el que puedan llegar sus hijos al bachillerato y mucho menos a la universidad. También porque la pobreza es mala consejera y corta las alas que nos dio Dios para volar.

Mi maestra no separa la educación formal de la vida del barrio. La escuela es la prolongación de la vida dándole todo su valor. La vida es la base que marca no solamente el tipo de conocimientos que ha de recibir el alumno, sino sobre todo el compromiso que hay que tener con ellos en donde vive.

¿Todo es de color de rosa en la vida de esta maestra? Tengo la impresión de que es todo lo contrario.

Los embarazos precoces, que por desgracia tanto abundan entre las jóvenes de hoy, literalmente le golpean demasiado. La droga que todos los días ronda su escuela intentando hacer su negocio de muerte con ellos, la trae inquieta para impedirlo. Y la indiferencia familiar en más de una ocasión la ha hecho llorar.

En el Día del Maestro y de la Maestra, deseo felicitar a estos profesionales de la enseñanza. Son unos de los grandes tesoros que tenemos.