Ni flores porque son cursis,
ni cocinas porque estereotipan,
ni poemas especiales porque la vida es lucha y está escrita en prosa vacía,
ni dinero porque ofende,
ni serenata porque la traen varones,
ni libros clásicos porque ya no está de moda pensar, sino soñar,
ni catedrales porque el sentido religioso está en proceso de cancelación cultural,
ni oro porque escasea,
ni plata porque hay que ser naturales,
ni naturaleza porque “todo es cultura”,
ni ropa porque es consumismo,
ni desnudos porque se ve que el cuerpo tiene bellas distinciones,
ni carne porque el ecologismo es vegano,
ni abrazo porque los virus, ni rechazo porque Freud,
ni empatía porque es sospechosamente femenino,
ni fortaleza porque es violencia,
ni tintas porque te esconden,
ni canas porque te afean,
ni útero porque cháke la Butler,
ni Ana Karenina porque es rusa,
ni María porque es judeocristiana,
ni por redes sociales porque se enteran,
ni en lo privado porque no debería existir más que lo público y político…
Quizás lo más apropiado en este tiempo sería traer la cabeza de mi padre en una bandeja… sería un regalo audaz, sintético, políticamente correcto para muchas mujeres empoderadas. Hasta allí la ironía o quizás un poquito más.
En el fondo, ser madre, es el área minada de los campos antropológicos del siglo XXI. Esa área donde para muchos reina ya un terror anestesiado, silenciado, por no saber darle significado en este tiempo de deconstrucciones de género, por no saber ubicarse frente a frente con su verdad.
En tiempos de crisis y delirios, en tiempos de cierre de época: ¿qué significa ser madre?
Nietzsche pontifica en las universidades y en los centros de poder que Dios ha muerto y con Él el significado del dimorfismo sexual se aplasta con discursos y relatos diversos, con construcciones que llegan al absurdo, aunque la ciencia confirma la experiencia, aunque la maternidad sigue sanando el alma de muchas mujeres de carne y hueso…
El miedo no es buena consejera. Y así se apodera poco a poco de la conciencia, paraliza, estupidiza, deforma, defrauda y envilece. El miedo a vivir lo que somos.
Pero no se puede dar la vuelta a la página de milenios de experiencia humana y simplemente cancelar la maternidad.
Hay una unión profunda entre el quicio o desquicio de la humanidad y el descubrimiento interior en las mujeres de esta distinción llamada maternidad.
Yo soy madre. Y sé que no es un tema menor ni para la mujer ni para la sociedad. Porque ser madre es un regalo vital, un principio de dolor y de gozo, un desgaste altruista, un abrirse y un dar para el bien de otros, un ser y un estar presentes en la vida y, por momentos, también es un gran destello de luz en un mundo entenebrecido por el egoísmo y su aparejada infelicidad.
La maternidad es la posibilidad real de engendrar genuina ternura en este mundo y siempre lo será porque, como escribía el irlandés Oscar Wilde: “No tiene el mundo flor en la tierra alguna ni el mar en ninguna bahía perla tal, como un niño en el regazo de su madre”.
Los paraguayos queremos celebrarlo, quizás porque somos testigos de su grandeza. No nos arrean con elucubraciones ideológicas de moda porque es más verdadero lo que vivimos y experimentamos. Podemos ver y podemos recordar a mujeres madres de gran autenticidad, historias de madres, amores de madres, custodios de nuestra cultura y sostenes en nuestros infortunios, puntales de nuestra esperanza…
Muchas gracias por tanto y bendiciones del cielo a todas las madres del Paraguay.