Lo hizo este viernes en el cierre de la XLIV Semana Teológica 2025, realizada bajo el lema “Peregrinos de Esperanza: Desafíos de la Iglesia ante el Jubileo y en el Pontificado del Papa León XIV”.
El cardenal abordó el tema “El Año Jubilar como camino de renovación y esperanza para la Iglesia en el Paraguay”.
El primado recordó que la Iglesia latinoamericana, a través del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), aún discierne “cómo ser signo de esperanza, especialmente para los pobres del continente, los jóvenes, los pueblos indígenas, las familias, los migrantes”.
Destacó que el desafío consiste en consolidar “una Iglesia samaritana comprometida con el desarrollo humano integral, con la defensa de la vida y de la casa común”.
Bajando esta reflexión a la realidad local, sostuvo que aunque los indicadores macroeconómicos señalan crecimiento, “la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades y hasta el hambre golpean en gran parte de la población”.
Alertó que “más del 12% de niños de 0 a 5 años no reciben los nutrientes necesarios”, cifra que en comunidades indígenas “alcanza el 22% al 30%”.
TRISTE REALIDAD. Denunció que la pobreza extrema “afecta a más de 300.000 paraguayos, con muchos hermanos y hermanas que pasan hambre”, y señaló que en varios distritos del país la pobreza “supera al 50% de la población”, evidenciando un escenario de desigualdades estructurales.
Martínez sostuvo que esta pobreza material se entrelaza con una crisis institucional profunda como “la pérdida de confianza en las instituciones, la corrupción estructural, la impunidad, la fragmentación política y la falta de un proyecto nacional que priorice el bien común”, a lo que se suma “todo lo que es el crimen organizado y que no tiene fronteras”.
Manifestó especial preocupación por “el aumento del consumo de drogas que hiere especialmente a los jóvenes y causa un gran sufrimiento a sus familias”.
Relató que una madre le pidió oraciones por su hijo atrapado por las adicciones, “con lágrimas en los ojos”.
Frente a esta ‘‘realidad dolorosa’’, afirmó que la Iglesia no puede limitarse a asistir y que “nuestra misión no es solo asistir, sino escuchar, acompañar y transformar”.
Destacó que la conversión pastoral “debe traducirse en compromiso real con los pobres, los marginados y los descartados de nuestra sociedad”.
Asimismo señaló que Paraguay también tiene sus propios lugares de dolor, a los que comparó con la isla de Lampedusa: “Los barrios carenciados, las comunidades indígenas, sectores campesinos expulsados de sus tierras por la ambición de unos pocos y un modelo de producción excluyente”.
En ese marco, clamó por “una salud universal y gratuita que realmente llegue a todos”. Advirtió que en un país mayoritariamente católico “es hora de asumir con seriedad la dimensión social de la evangelización”, proponiendo una Iglesia “profética, porque denuncia el pecado estructural de la corrupción y la impunidad, y samaritana, porque se inclina con ternura sobre las heridas del pueblo”.
Cerró su disertación destacando el rol de los laicos en una Iglesia en salida que “contribuya a transformar la situación de pecado que oprime a nuestro pueblo”.