Por Robert Samuelson
WASHINGTON
Nadie debe sorprenderse de que se haya creado una poderosa maquinaria política para otro paquete de “estímulo” económico. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, dio su bendición a la idea y hasta el presidente Bush ha brindado un vago apoyo. Algunos demócratas del Congreso urgen que se implemente un plan de 300 mil millones de dólares. La defensa del “estímulo” parece obvia. Es un seguro adicional contra un colapso económico. Nadie desea un perverso ciclo en el que la confianza, los puestos de trabajo y las acciones caigan, conduciendo a más pérdidas ocasionadas por préstamos y quiebras financieras -que después depriman la confianza, la producción, los puestos de trabajo y las acciones.
Sin embargo, esa defensa no es a toda prueba. El primer estímulo de 152 mil millones de dólares de este año tuvo solamente un efecto modesto. Los norteamericanos quizás ahorraran tres cuartos de los recortes fiscales personales, que fueron la pieza central del estímulo. Lo mismo podría ocurrir con nuevos recortes fiscales. Una idea popular para asistir a los estados y localidades con dinero para carreteras y otras mejoras de infraestructura podría demorar tanto en comenzar, que proporcionaría muy poca ayuda económica inmediata. Además, la economía tiene mecanismos de auto-corrección. Los precios más bajos de la vivienda ya muestran indicios de incentivar más compras. La caída del precio del petróleo respalda ahora los gastos del consumidor.
Pero si el Congreso y la Casa Blanca deciden proceder, deben elevarse por encima de la auto-indulgencia. El gran peligro es que un nuevo estímulo se convierta en una excusa para recortes fiscales y programas de gastos políticamente gratos, que tengan un efecto económico solo modesto y no hagan nada por mejorar el panorama a largo plazo.
He aquí tres propuestas:
Primero, no permitamos que los precios más bajos del petróleo se filtren permanentemente a los consumidores. Hemos visto esta película antes. Una subida en los precios del petróleo produce llamadas a la conservación, a una menor dependencia del petróleo importado y a automóviles más eficientes. Después los precios del petróleo caen y volvemos a nuestro hábito de gastar energía. Esta medida nos prepararía para la próxima subida de precios o para cualquier corte en la producción petrolera extranjera motivado políticamente.
Mi sugerencia: Eleven los impuestos al petróleo por el equivalente de un centavo por galón, por mes, durante cuatro años (total: 48 centavos). Por ahora, los consumidores se beneficiarían de los precios más bajos, pero estarían también sobre aviso de que los precios no se mantendrían permanentemente bajos.
ESTRATEGIA. Para contrarrestar todo efecto debilitante de la subida del impuesto al combustible, podríamos disminuir otros impuestos simultáneamente. Pero la señal de precios más altos a largo plazo debería afectar los hábitos de manejo de los norteamericanos y sus preferencias en la compra de vehículos. El Congreso ha incrementado los estándares para la economía de combustible, para vehículos nuevos, de 25 millas por galón en este momento, a 35 mpg para 2020. Pero debe crear también un mercado en el que los consumidores favorezcan la eficiencia de combustible.
Segundo, debemos incrementar la edad mínima requerida para recibir el Seguro Social de 62 a 64 años. Este cambio (nuevamente) debe realizarse en etapas, en el curso de cuatro años. Cuando la gente se jubila temprano, recibe un corte en sus beneficios del Seguro Social, que responde al hecho de que recibirán beneficios durante más tiempo. A los 62 años, los beneficios ahora promedian un 75% de los de la edad normal de jubilación (ahora 66 años). Muchos jubilados más tarde se arrepienten porque, al comenzar los beneficios tan temprano, reducen sus pagos mensuales.
QUÉ HACER. Elevar la edad mínima requerida no ahorrará mucho dinero al Gobierno, si es que le ahorra algo, sobre la base de que los pagos mensuales a los 64 serán más altos.
Aunque la gente trabajará más tiempo, su jubilación mejoraría al recibir cheques mensuales de beneficios más elevados y al retrasar dos años la necesidad de descansar en sus ahorros. Este cambio también indicaría la voluntad del Congreso de abordar los problemas más vastos del Seguro Social y de Medicare.
Finalmente, el Congreso debería autorizar explícitamente las perforaciones en alta mar para petróleo y gas natural en el Atlántico, el Pacífico y el Golfo de México. El mes pasado, el Congreso dejó caer las largas prohibiciones para las perforaciones. Pero el Congreso podría tratar de reimponer algún tipo de prohibición, citando precios más bajos. Sería un error. La exploración y producción pueden realizarse en forma de proteger el medio ambiente. Como mínimo, llevará años antes de que los proyectos nuevos comiencen a producir, limitando así la dependencia del inseguro petróleo extranjero. ¿Por qué esperar?
La enorme cuenta de petróleo de Estados Unidos debilita nuestra economía y también desestabiliza la economía mundial. Los productores de petróleo no gastan todo lo que ganan, debilitando la demanda mundial.
No soy ingenuo. Todas estas ideas son controvertidas. La probabilidad de su promulgación quizás sea de 100 a 1. Pero, ¿no sería refrescante que los políticos refutaran el consenso general de que harán solo (a) lo que sea popular o (b) lo que las crisis los obliguen a hacer? ¿No sería una agradable sorpresa si el presidente electo -quienquiera que fuera- trabajara con el actual Congreso para producir un paquete que tratara del presente y del futuro? Diablos, hasta podría mejorar la confianza.
La señal de precios más altos a largo plazo debería afectar los hábitos de los norteamericanos y sus preferencias en la compra de vehículos.