En su camino arrastrará a todas las instituciones de esta frágil democracia construida sobre los escombros de la dictadura. Los del tribunal electoral le dirán que puede ser candidato y los de la Corte reafirmarán que el trayecto al cargo es posible, pero asumir la conducción partidaria, imposible. Los que ponen los votos son irrelevantes... como siempre. Los corifeos le dirán que todo este montaje es necesario para detener a Cartes y su ambición de rebajarse también a ser presidente de los colorados. Abdo va todavía más a fondo cuando le dice a su pariente Pettengill que será su jefe de campaña cuando se decida a ser candidato en las internas coloradas. Le hace un guiño al vialero que como Wasmosy y Cubas cree tener derecho a la presidencia sobre los jugosos contratos concedidos por el Estado. Hugo Velázquez se enojará con razón y seguridad, y en medio de una navegación procelosa de la República con un mar de inflación, pobreza y necesidad harán parir en nueve meses un abismo aún mayor para un país dominado por la anarquía en un periodo electoral sin límites.
Abdo se ha condenado a ser en la historia un personaje secundario y vulgar. Ha pisado sobre la razón que lo catapultó a la presidencia con lo cual ha roto el último amarre que le quedaba con aquellos que creyeron tontamente que “era de la gente”. Solo pretende salvarse, promover a algunos cercanos y poner bajo custodia los recursos acumulados. Teme perderlo todo cuando en realidad hace tiempo está perdido y solo. Arrastrará a la República al mismo sendero deteriorado que desandaron sus antecesores Nicanor Duarte y Horacio Cartes. Se une a ellos y camina rumbo al desfiladero. Los dos anteriores se sonríen, sabiendo que la memoria cercana solo lo tendrá a él como el violador de la Constitución que antepuso sus intereses personales por sobre los de la Nación toda. Ganan los cartistas porque rebajándose a la condición de violador de la Carta Magna se iguala a ellos y se queda sin discurso ni argumento.
En el fango, con un déjà vu convertido en pesadilla solo le queda al pueblo decir con angustia: “Bruto, tú también entre ellos”. Abdo se ha convertido en el nuevo asesino de la República y como el sobrino del César acabará lanzándose de espaldas contra su espada ante la ignominia y la derrota que cargará.