La joven sentía la garganta seca, un zumbido en los oídos y una creciente sensación de muerte. Sus síntomas aparecieron apenas unas horas después de que la vecina le echara encima aquella mirada hueca, como solo pueden mirar quienes perdieron el alma.
Ya se lo habían advertido otras mujeres de la comunidad, mujeres aterradas que aseguraban haber padecido los mismos males tras aquella observación condenatoria. “Tu vecina es una bruja. Estás hechizada, como otros, como pronto lo estaremos todos”.
La voz corrió venenosa y llegó hasta los oídos de los caciques. Y hubo reuniones secretas, testimonios alucinados y una convicción cada vez mayor sobre el pretendido encantamiento. La versión alcanzó finalmente a la víctima de la maledicencia colectiva quien emprendió un escape presuroso a la escasa luz de una noche de luna creciente.
Su ausencia solo agudizó el cuadro de los enfermos. Votaron y se decidió regresarla a la fuerza. La arrastraron hasta su casa, la encerraron allí y le dieron un mes para desarmar los embrujos. Por supuesto, los enfermos no sanaron. Volvieron a votar y la mayoría eligió su muerte.
La mujer fue torturada todo un día, atada a un madero y arrojada a una fosa en llamas. “Me miró a los ojos mientras se quemaba. Y me quedé ahí hasta que ya no quedaba nada, no me moví por miedo, porque se podía escapar”.
La historia es la confesión de uno de los caciques ante el Ministerio Público. Es absolutamente real y ocurrió hace apenas unos días en el Departamento de San Pedro.
En ese mismo tiempo cobró notoriedad el listado de desafíos para el safari urbano de un grupo de alumnos del Colegio Internacional que incluía, entre otras barbaridades, robarle la cartera a una mujer en la vía pública, ingresar al aeropuerto gritando “tengo una bomba” con una imitación de cartuchos de dinamita atada al cuerpo y pegarle una nalgada a una mujer desconocida. Todas acciones contempladas bajo diferentes figuras en el Código Penal.
La publicación de la lista aterró a la gran mayoría de los padres e indignó a una minoría que remitió una furibunda carta al colegio molestos no porque sus hijos confeccionaran y pretendieran ejecutar semejante nómina, sino porque algunos profesores la hicieron pública.
Como corolario a tan extraños sucesos, el ministro Víctor Núñez se mandó una perorata de casi dos horas en la que, entre otras cosas, dijo que pese a que arde en deseos por dejar el infierno de la Corte no lo puede hacer porque no le dejan, y que fue puesto en el cargo por Dios y solo será sacado por él.
Estas tres historias tienen un elemento común, un denominador que es la causa primera de la mayoría de nuestros males por ignorancia, prepotencia o prevaricación: El absoluto desprecio de la ley.
Una actitud casi inevitable en el oscurantismo analfabeto, preocupante en una adolescencia ensoberbecida por el dinero de los padres y absolutamente imperdonable en un magistrado.