24 abr. 2024

Benedicto Sanabria: Un antihéroe contra el sistema capitalista

Este año, Benedicto Sanabria dejará de vagar por las librerías de usados de la capital porteña, en las que todavía se encuentran algunos de los 3.000 ejemplares de la única edición hasta el momento, publicada en noviembre de 1975, para volver a su tierra, el Paraguay. Su autor, Lincoln Silva, también.

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Tapa de la segunda novela de Lincoln Silva, que aún se consigue en librerías de viejo, en Buenos Aires.

Mariano Damián Montero (*)
Escritor e investigador


Hasta el año 2016, mi personaje literario favorito era Ignatius Reilly, el antihéroe de La conjura de los necios (1980) de John Kennedy Toole. Despreciable por donde se lo mire, uno no podía evitar tenerle un cierto cariño, sin saber muy bien por qué. Sin embargo, en aquel año, por motivos que tenían que ver con una investigación sobre Arturo López Areco (Agapito Valiente), llegó a mis manos (en realidad, yo lo fui a buscar) el libro General General, escrito por un joven escritor paraguayo llamado Lincoln Silva, quien, para mí, hasta ese momento, solo era uno más de los sobrinos/as de Arturo López Areco.

El personaje de aquella novela, inmediatamente, exigió un lugar similar al de Ignatius en mi consideración. Y yo se lo permití. Desde ese momento, Benedicto Sanabria fue, y es, para mí, el personaje más recordado y logrado del escritor Lincoln Silva.

Protagonista excluyente de su segunda novela General General –leída y aprobada por Eduardo Galeano, responsable editorial de Crisis y editada a fines de 1975 en Buenos Aires–, comparte algunas características centrales con Ignatius: ambos buscan la destrucción del sistema capitalista y desarrollan sus planes absurdos y mesiánicos durante la década del sesenta. Uno, en New Orleans, intentó apoyarse en las minorías raciales y sexuales para infiltrar al sistema y explotarlo desde dentro; el otro, entre Yaguarón y la ribera del Piribebuy, contaba con los indios pocovíes y el Tratado de Koprocas para aplastar al sistema desde el exterior.

Dos emergentes de culturas y geografías totalmente dispares. Mientras el personaje del norteamericano se encuentra inmerso en un mundo realista y cruel, Sanabria se desliza en una atmósfera donde prevalece el realismo mágico latinoamericano, no menos real y cruel. En tanto que el primero busca la salvación del mundo a través de una revolución reaccionaria-conservadora que retrotraiga las condiciones de vida a la época medieval, el personaje de Lincoln Silva vislumbra una revolución socialista, hacia el futuro.

Sanabria –personaje que en los primeros adelantos del texto de Silva tenía el nombre de Gregorio González– es un líder político-religioso, que logra un gran apoyo de los indios pocovíes (guayakies en el primer borrador). Ellos llaman a Sanabria “General General”, y pese a todos sus defectos (alcoholismo, promiscuidad sexual, o como lo denunciaba el ficticio periódico Democracia-Kué, tenía “los vicios más caros de Sudamérica: el homosexualismo, las drogas y la izquierda”), los aborígenes lo adoraban como a un semidiós. Fundamentalmente porque también tenía virtudes. Entre ellas, algunas que hacen que uno lamente lo olvidado que estuvo (y que está) Benedicto Sanabria para los paraguayos en la actualidad. Por ejemplo, su crítica a seguir repitiendo glorias del pasado como una forma de terapia de un presente vergonzoso (Stroessner, 1954-1989). Para Sanabria, “el heroísmo no es más que una falsedad, o en todo caso, un anacronismo de nuestra época”.

Benedicto es consecuencia de lo que la voz narradora describe como un siglo de hambre, explotación y catolicismo: “Después de todo, en el Paraguay no es difícil nacer loco. Desde el fin de la Guerra Grande, en un siglo de hambre y de verano, de explotación y catolicismo, que se haya afectado la cordura nacional en sus raíces, a nadie podría extrañarle”.

CRÍTICA AGUDA AL MESIANISMO

General General condensa muchos temas: una crítica aguda al mesianismo de ciertos líderes de izquierda (“Solo sé que el pueblo me necesita y espera que yo lo salve del próximo Diluvio”), apuntes filosos contra el nacionalismo inútil (“Muchos llegaron a creer que todo fue inventado por los paraguayos, desde la pelota de goma hasta la pólvora, el telescopio, en fin, la rueda, la matraca y los zapatos de taco alto”); sobre la democracia sin comunismo (“las urnas sólo se usan para los muertos”); al sistema represivo, como cuando Sanabria se define como “presocrático”, “Porque en un continente en el que todo el mundo está en la cárcel, nuestro futuro está en la presocracia, es decir, en el gobierno de los presos”. O contra la Iglesia, cuando Sanabria declara que los obispos “no eran más que curas en tecnicolor”. Y desde ya, a los militares stronistas, “todos contrabandistas, Kará Kará, regentes de prostíbulos. El dictador los emputeció a todos”.

La terrible situación con respecto a la aplicación sistémica de la tortura en el Paraguay de 1965 –ya tratada por Silva en su anterior novela Rebelión después, de 1970–, el autor la refleja con un humor negro aún para estos tiempos, cuando afirma que “la energía eléctrica ha sido descubierta, no sólo para llevar la luz a los hogares, sino para emplearla de vez en cuando contra los opositores al gobierno, para que depongan su actitud contraria a la paz y al orden”.

Sanabria, como algunos líderes de la izquierda paraguaya (pensemos en un Oscar Creydt, por ejemplo), esperaba el Diluvio, que podía simbolizar la revolución, y animaba a sus pocovíes para construir el Arca en que se salvarían (¿el partido de la revolución quizá?). Lincoln Silva sitúa la construcción de dicha arca en la ribera del Piribebuy, río que pasaba por su Barrero Grande natal.

Con el “Partido Ganadero” pidiendo la cabeza de Sanabria, y todos los medios de comunicación en su contra, la gran prensa asuncena comienza a denunciar la existencia de un plan subversivo contenido en unos papelitos dentro de una alcancía, propiedad de Sanabria: empezaría por el asesinato del Presidente, seguiría con la supresión del dinero, la extranjerización de la patria, la desintegración de la familia y la conversión de grandes extensiones de tierra en minúsculos lotes para parcelarios.

La situación llevará a un enfrentamiento final entre la dictadura y Sanabria junto a sus pocovíes, que no contaremos aquí naturalmente.

El regreso de Benedicto

Para ir redondeando este pequeño recordatorio, quiero resaltar una frase del libro que interpela a los paraguayos de hoy: “Si somos un país de valientes, en realidad, es falsa la historia que se nos contó, o nos volvimos cobardes con el tiempo. Hoy mismo, si nos queda vergüenza aún, tendríamos que sublevarnos”.

En este año, gracias a la desinteresada colaboración de su hijo, Roger, homónimo de su padre, y a la editorial Arandurã, Benedicto Sanabria dejará de vagar por las librerías de usados de la capital porteña en las que todavía se encuentran algunos de los 3.000 ejemplares de la única edición hasta el momento, publicada en noviembre de 1975, para volver a su tierra. Lincoln Silva, también. Qué mejor homenaje para un personaje que, en ácidas palabras de su propio creador, era “un paraguayo en todo, hasta en su forma de llamar a la muerte sin motivos fundados”.

(*) Mariano Damián Montero (Buenos Aires, 1976) es docente en Historia por la Universidad de Buenos Aires y documentalista. Tras varios años de investigación publicó el voluminoso libro Agapito Valiente, Stroessner kyhyjeha (Arandurã, 2019), en el que rescata la figura del emblemático guerrillero paraguayo, hasta entonces silenciado y olvidado.

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