25 abr. 2024

Apestosa

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La democracia es un sistema de valores, normas, instituciones y cultura, cuya consecuencia debe ser la dignidad, la libertad y el desarrollo de las personas.

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Entre nosotros es una flor exótica. No la hemos conocido nunca por tanto tiempo como ahora y una generación después, para muchos no existe más que para resaltar sus contradicciones e incoherencias como la persona misma. Llega al punto que si fuera a un referéndum es probable que pierda ante el autoritarismo.

Las máscaras del sistema no son más sostenibles. No funciona la Justicia y eso lo sabemos todos, incluidos policías, fiscales y jueces. Los casos no son investigados y si lo fueran terminan con fallas de ex profeso que facilitan que el indiciado zafe.

Los condenados o procesados tampoco acaban donde deben.

Los primeros no van a la cárcel hasta que se confirme la condena y los segundos se presentan como candidatos a intendentes de Asunción o Ciudad del Este para que si fueran electos eso funcione como escudo para evitar la condena y la cárcel.

Casos paradigmáticos nunca llegan a su fin y un israelí buscado por su gobierno puede vivir entre nosotros por casi treinta años sin que nadie lo sepa y acabe afiliado a la ANR.

Los responsables de una carga de 23.000 kg de cocaína no aparecen y cada vez que el sicariato acribilla a uno en Asunción, todos presumen que tiene que ver con eso. Dalia López sigue escondida y hay más de 60.000 órdenes de captura que generan pingües beneficios a los comisarios y la estructura judicial paraguaya. Nadie cae, a pesar de aquel grito de guerra de Abdo al iniciar su mandato.

Todos sabemos que los aduaneros son corruptos y que exhiben sus fortunas frente a todos. Los maletines siguen viniendo desde el Este, pero solo saltan los nombres de algunos por un corto tiempo cuando las jaculatorias de un senador y el director de Aduanas entran en colisión. Las declaraciones juradas muestran las notables inconsistencias entre los salarios del funcionariado y la fortuna declarada. ¿Qué pasa? Nada. No pueden justificarla ellos ni tampoco los fiscales que podrían investigarlos. Menos aún la Policía que con solo pedir los depósitos en sus cooperativas verán notables inconsistencias entre el salario percibido y la riqueza acumulada.

La democracia hay que vivirla como parte del estado de derecho, como también se la refiere.

Las normas tienen que cumplirse, temerse y fortalecer la vida en sociedad.

El impuesto inmobiliario, la fuente principal de ingreso de los municipios, está reglado por ley y obliga a los municipios a colocar una cantidad superior del mismo en gastos de inversión y no para pago de salarios.

Nadie lo cumple porque la Justicia sigue estudiando desde hace años una inconstitucionalidad sobre esta. Los funcionarios de la municipalidad se creen con derecho de pedir un millón de dólares de incremento en tiempos electorales, mientras amenazan a los concejales temerosos y cómplices.

Con todo esto la democracia no se gana el respeto de nadie.

Al contrario, se degrada, se hunde y le hace la cama a los nostálgicos autoritarios disfrazados de demócratas que dicen que antes vivíamos mejor.

La democracia kelembu que tenemos, luce sucia, harapienta y marginal, y con los olores que despide solo puede generar repulsa, narices tapadas y desprecio. Hay que bañarla de forma urgente porque así como está solo apesta.

Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

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