Por Guido Rodríguez Alcalá
“Quince minutos tenéis de plazo, pasados los cuales obrará la artillería”. Intimidado por los cañones, el gobernador Bernardo de Velasco se rindió inmediatamente y el Paraguay logró su independencia aquella noche del 14 de mayo de 1811.
Bueno, esta es la leyenda. Velasco no recibió la intimación el 14 sino el 15 de mayo; respondió por escrito a la intimación escrita y las negociaciones duraron horas. Cedió al final, pero se quedó en la residencia de Gobierno y presidió el triunvirato que juró lealtad al Rey de España el 16 de mayo de 1811.
Dejar al funcionario español como cabeza nominal de un Gobierno revolucionario fue algo visto en varias ciudades americanas (Cartagena, Bogotá, Quito), que buscaban la independencia pero juraban lealtad al Rey por razones políticas.
Estas coincidencias, que no son tales, deben hacernos ver de otra manera el Bicentenario, fenómeno continental. Se ha dado demasiada importancia a lo local, ignorándose los factores comunes.
Para citar solamente uno, mencionaré la importancia concedida a la educación por todos los movimientos revolucionarios hispanoamericanos.
Debe darse prioridad a “la mejora en la educación de la juventud”. Esto no lo dijo el MEC ayer, sino la Junta del Paraguay hace dos siglos. En su ideario del 6 de enero de 1812, la Junta declaró: “Todo [de]pende en el hombre de la instrucción”.
Era revolucionario para una sociedad en que las desigualdades estaban consagradas por la costumbre y la ley. Para aspirar a un cargo público, en la era colonial se necesitaba un certificado de “limpieza de sangre”, donde constara que no se tenían antepasados árabes ni judíos. Las leyes prohibían el casamiento entre negros y blancos. Sin embargo, negro no era solamente el africano, sino quien tenía un padre, abuelo o bisabuelo negro. Y así un rubio podía resultar legalmente negro si varios testigos declaraban que tenía un antepasado negro.
El bando del 6 de enero de 1812 no acabó con la discriminación racial en el Paraguay. Con todo, le corresponde el mérito de haber proclamado el principio de la igualdad. Que el principio no se haya realizado plenamente no es motivo para ignorarlo.
Aquella Junta dirigida por Fulgencio Yegros también preparó un programa de enseñanza pública avanzado para su tiempo y además decidió fundar una cátedra de matemáticas y una escuela militar para formar oficiales del ejército.
Los proyectos educativos fracasaron a causa de la tremenda crisis económica provocada por las guerras de la independencia. Aunque el Paraguay se independizó sin derramamiento de sangre, las luchas del resto de América dejaron al país aislado, sin comercio ni crédito.
La crisis económica provocó la crisis política que llevó a la disolución de la Junta revolucionaria. Con todo, sigue teniendo actualidad la idea de que debe fomentarse la educación.
Al lamentar que “la ilustración, ciencias y artes” no se hubiesen desarrollado en el Paraguay, los hombres de mayo decían que la educación evita “el mal entendido patriotismo, el fanatismo y la ilusión”.
Estos tres vicios, por supuesto, han sido causa de nuestras mayores desgracias políticas.