¿Se imaginan si la condición habilitante para que una persona reclame sus derechos fuera ser portador de un título universitario? En principio, más del 90% de la población quedaría vedada de requerir atención a sus necesidades básicas o dirigirse a los privilegiados ciudadanos que accedieron a la formación terciaria.
La arrogante e ignorante médica del servicio de Urgencias del Hospital Regional de Concepción, que recientemente respondió con un "¿vos tenés título, señora?”, a la familiar de una paciente que reclamaba mejor atención, nos demuestra claramente que “la universidad no acorta las orejas”.
La buena educación, la vocación de servicio, el respeto al ser humano, la humanidad se desarrollan e internalizan en la familia, la primera escuela.
La médica, de nombre Mirna Bizzozzero, egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Concepción, además de muy soberbia cree que solo la gente de cierto nivel de formación está a su altura y puede dirigirse a ella.
Asusta pensar cómo desde semejante podio habrá estado ejerciendo la medicina en un hospital público, del interior del país, donde la mayoría de los usuarios son de condición económica pobre.
La Bizzozzero trasluce ese aire de dioses que tienen muchos médicos. También resume la displicencia característica del funcionario público que actúa convencido de que con su trabajo está haciendo un favor a las personas que recurren a su concurso.
Revela además la mediocrización de las facultades de Medicina. ¿Qué clase de profesionales preparan? Si con esa mentalidad y actitud egresan y comienzan su carrera, asusta pensar en lo que se convertirán si acceden a cargos de jefatura.
Con cero conocimiento de los derechos humanos y de relacionamiento humano, la selección del personal médico debería ser mucho más rigurosa y no estar supeditada única y exclusivamente al título. También urge un control estricto de las facultades de Medicina que se abrieron con el sello de la precariedad en varios puntos del país, sin reunir mínimos estándares académicos.
Ya vemos que el cartón que expiden no garantiza la calidad profesional ni humana.
Si no, el diputado Carlos Portillo, que ya lleva acumulados unos 7 títulos universitarios, debería ser en estos momentos la “luz” de la Cámara Baja; el legislador más brillante del Congreso Nacional. Pero no es así. Su aporte a la legislatura y sus intervenciones son intrascendentes.
La “doctora” Bizzozzero, a quien se la ve en un video más interesada en su teléfono celular que en las personas que tiene enfrente, cae en una contradicción insalvable al preguntar si tenía título a la mujer que cuestionaba la atención en el hospital. Y es que la médica es el ejemplo patético de que el título no la hizo mejor persona.