04 ago. 2025

Vivir por la noche: Los noctámbulos de oficio

Cuando la mayoría está cenando, se prepara para dormir, busca qué pijama ponerse y qué lado de la cama le es más cómodo, un puñado de trabajadores se moviliza para arrancar su jornada. Para ellos, la noche aún es joven.

Taxista

Revista Vida

Por Natalia Ferreira Barbosa / Fotos: Javier Valdez.

Aprendiz de la noche
Cuando cae la noche en las calles céntricas de Asunción, el bullicio del día desaparece. A medida que avanzan las horas, el número de personas deambulando disminuye y solo quedan abiertos los restaurantes y bares. La tenue luz de un fluorescente ilumina la parada de taxis de 14 de Mayo casi Palma. Aparte de los taxistas que vienen y van, no hay una sola alma. De tanto en tanto pasan personas, especialmente jóvenes, con la mirada perdida, sumidos en una especie de viaje. Mientras tanto, José Royg (65) aguarda en su taxi la llegada de algún cliente.

José es independiente y puntual, su turno empieza a las 21.30, pero siempre llega antes. Él hace el recorrido nocturno y su hijo el diurno, por lo que comparten vehículo. Ya pasaron 15 años desde que José decidió trabajar como taxista y lo hizo más bien para salir de su encierro.

Oriundo de Concepción, llegó con casi nada a la capital. Primero comenzó a lavar autos con su hermano, luego trabajó un tiempo en Radio Ñandutí y después jugó para el Club Olimpia bajo la dirección de Aurelio González. “En aquella época no se ganaba como ahora”, recuerda riendo. Después se asentó y durante 23 años mantuvo un taller de autos.

“En el ambiente del fútbol conocí muchos amigos. Pero, mientras trabajaba en el taller, me empecé a sentir agobiado por el encierro. Conocía la calle Palma, pero nunca la recorría... No sabía nada del mundo. Cuando empecé a trabajar en esto, mis hijos ya eran grandes. Y conste que odiaba a los taxistas, porque nunca querían pagarme lo que debían en el taller. Además, tuve la oportunidad de estar en una parada céntrica. A la noche se trabaja mejor, porque si es de día te piden que les lleves a lugares cercanos, mientras que a la noche no. Siempre algún cliente te da un extra, especialmente de noche, en el centro. Sin embargo, si es de día, si la cuenta es G. 19.000 y te pasan un G. 20.000, te piden su vuelto”, dice en tono de broma.

Dentro del taxi se convirtió en sicólogo y siquiatra, asegura. Le divierte recorrer las avenidas y arterias y no duda en afirmar que “la calle de la noche te enseña”. A veces siente temor, reconoce que hay una diferencia entre los transeúntes del día y de la noche. Y de tanto en tanto le toca subir a un pasajero que al llegar a su destino sale disparado para no pagar. Otras veces, “algunos clientes te hacen propuestas para pagarte de otra manera...”, sonríe con cierta picardía y no termina la frase, porque le da vergüenza.

Fuera del taxi, le encanta estar con la familia. Cuando llega a su casa no duerme inmediatamente, prefiere compartir el desayuno con sus hijos o escuchar la radio. Y luego viene el sueño. “Duermo desde las 7.00 hasta las 11.00, pero me cuesta. Al levantarme tomo tereré, arreglo mi casa, voy al supermercado, preparo el almuerzo y a veces les llamo a mis hijos para que me acompañen”, cuenta José. A partir de la tarde trata de descansar nuevamente y recobrar fuerzas para la noche.

Servicio encantado

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Revista Vida

Quien alguna vez haya visitado El Bolsi, notará la admirable concentración que tienen las mujeres que atienden la barra. Siempre procurando mantener a los clientes contentos. Una de ellas es Maggi González (39). Ella prefiere no contar su edad, pero ya que no la aparenta, es un halago. Cuando sonríe, hay algo en su mirada que recuerda al personaje Betty Boop.

Todos los días, Maggi realiza un viaje de dos horas desde Capiatá hasta Asunción para llegar a su lugar de trabajo, donde dice estar muy cómoda desde hace ocho años. Anteriormente trabajó como secretaria en un consultorio, en una casa de familia y en otros lugares. “Hace tres años pedí que me cambiaran al turno noche por la comodidad del transporte”, indica.

Demoró un mes en acostumbrarse al horario. “Anteriormente me tocaba de mañana o de tarde. A veces salía a las 00.00 y no tenía colectivo, entonces me ingeniaba como podía. Esperaba a que pasara otro a la 1.00 de la mañana. Si no alcanzaba ese, me tocaba aguardar otro que pasaba a las 3.30", recuerda.

Su trabajo empieza a las 22.00 y son los fines de semana cuando más personas frecuentan el local, desde que empezó a abrir las 24 horas. Para ella no es extraño recibir clientes a la madrugada, que piden milanesa a la napolitana o sopa de pescado. Y cuando amanece, a las 6.00 de la mañana, es hora de volver a casa. Para cuando está de vuelta en su hogar, alrededor de las 8.00, sus hijos de seis y 12 años ya están en la escuela.

“Procuro dormir hasta las 11.30 y luego me levanto, cocino y espero que vuelvan de la escuela para almorzar juntos y después hacer los deberes. A la tarde duermo un poco de nuevo, pero trato de compartir el máximo tiempo posible con ellos. Ya me acostumbré: son tres años que estoy haciendo este horario. Duermo dos horas a veces, y parece que mi cerebro ya se habituó. Tengo que estar con energía, claro que sí", afirma.

¿Qué pasa entonces en sus días libres? Trata de mantener un hábito diurno, aun cuando tenga sueño, o no conseguiría dormir a la noche. Y si el cansancio se presenta, no hay mejor remedio que el café. Ella reconoce que quizás no descanse lo necesario o no consiga dormir de corrido, pero le encanta su horario. “Me gusta tener contacto con la gente, con los chicos, me encanta que me reconozcan. Me suelen decir tía Maggi. Trato de adaptarme, de pasarla bien, porque es un horario un poco pesado”, reconoce. Trabajar cuando la luna está en lo alto evitó que Maggi siguiera padeciendo la carencia de transporte público por las noches, y con ello, además, su salario mejoró.

Paz en la noche

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Permanecer en vigilia no es algo nuevo para Dilson Ortiz (20), puesto que anteriormente estudiaba en una de las instituciones de las Fuerzas Armadas. Así que cuando le ofrecieron el turno noche, no dudó en aceptar el puesto de cajero en la cadena de supermercados Biggie Express, que permanecen abiertos las 24 horas.

Ya son cerca de las 22.00 y para quien haya tenido una larga jornada, el cansancio empieza a hacerse sentir. En cambio, a Dilson se lo nota lleno de energía. Su turno está a punto de comenzar y recién terminará a las 6.00 de la mañana. “Lo acepté como un desafío, porque era algo nuevo y el salario era mejor”, sostiene. Con su nuevo horario, el joven se libró de lidiar con el tránsito. Así, el tiempo que pasa en el transporte público se redujo a 15 minutos, teniendo en cuenta que antes era de casi una hora. Además, de levantarse anteriormente a las 4.00 para llegar a tiempo a su antiguo trabajo y tener una rutina basada en trabajar y dormir nada más, empezó a compartir más tiempo con su familia, la cual supo acompañarlo y adaptarse al nuevo ritmo del joven.

“Me di cuenta de que trabajar por las mañanas era más estresante en comparación con la noche. También me llamó la atención la presencia de clientes que iban a hacer las compras del hogar entre las 22.00 y la 1.00. Al ir hablando con ellos entendí que se trataba de personas que no tenían tiempo para hacerlo en otro horario”.

“A partir de la 1.00 hasta las 6.00, llegan personas que salen de sus trabajos a las 3.00, de restaurantes principalmente, y llevan alimentos para su desayuno. Los fines de semana, para lo que más acuden es para comprar bebidas alcohólicas”, explica.

Otra diferencia que notó es que los clientes nocturnos son más propensos a socializar que los diurnos, que entran a comprar apurados. Y tras una larga jornada, Dilson vuelve a casa y se acuesta a las 8.00. Suele dormir hasta las 14.00 como máximo. Aun le queda tiempo para estudiar Marketing y visitar amigos, para luego empezar la jornada laboral de nuevo.

La voz del teléfono

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Romina Núñez (20) constituye el punto intermedio entre el trabajo nocturno y diurno, y también la prueba de que cualquier persona que necesite el transporte público por las noches puede quedar desamparada, aunque no sean altas horas. Cuando algunos afortunados pueden hacer la siesta, ella comienza a trabajar en un call center. Su turno es de 15.00 a 21.00 y es una de las trabajadoras de atención al cliente de la empresa Cidesa Connecting.

Por las mañana cumple el rol de estudiante, ya que cursa la carrera de Hotelería y Turismo, y por la tarde no se despega del teléfono. “Este es mi primer trabajo, y a lo único que me costó acostumbrarme al principio fue al cansancio que tenía entre las 13.00 y las 14.00. Fueron como tres meses de adaptación hasta dejar de sentirme cansada. Por lo demás, no lo considero un trabajo pesado”, señala.

El mayor flujo de llamadas lo registra entre las 15.00 y las 18.00, y luego baja la frecuencia. De hecho, después de esa hora el tiempo pasa lentamente. A la salida, camina 15 cuadras para llegar al lugar donde pasa la línea de colectivo que la lleva a casa.

Algo parece repetirse en aquellas personas que trabajan fuera del horario convencional: escapan del estrés del tránsito, obtienen mejores salarios y ven la noche desde otra perspectiva.