Mi pesebre de este año fue la pieza de Mabel Pedrozo, presentada en la librería Fausto (Eligio Ayala entre Brasil y Estados Unidos), el martes 20 por la noche. Fausto, que siempre apoya las actividades culturales, le cedió su local gratis a Escritor Róga, una asociación de escritores y artistas en general. Todo anduvo muy bien hasta el momento en que, al retirarme, dije que me iba caminando hasta la Plaza Uruguaya para tomar un taxi. ¡Estás loco!, me dijo un amigo. ¿Por qué?, repliqué sorprendido. Porque es muy peligroso. Finalmente, David Galeano me llevó en su auto para permitirme volver a mi casa sano y salvo
Cuando era chico, vivía a unos cien metros de Fausto (Eligio Ayala entre Estados Unidos y Tacuarí) y, a finales de diciembre, salía con amigos de mi edad a visitar los pesebres del barrio sin correr ningún peligro. ¡Cómo han cambiado las cosas! Entonces, las puertas estaban abiertas para quien quisiera entrar a ver el pesebre del vecino; hoy se las cierra por el temor justificado a los robos y asaltos. El cambio de mi viejo barrio es el cambio de los demás barrios de la ciudad.
Y con esto no pretendo idealizar la Asunción de la década del cincuenta. Una vez, yo escribí en una pared con tiza VPL, porque me pareció simpático. Mi padre me pegó un buen reto, no porque hubiera cometido un delito, sino por las consecuencias de escribir Viva el Partido Liberal. El país seguía sometido a la represión de la posguerra civil de 1947, que se mantuvo y luego se endureció.
Con todo, echo de menos una cierta calidad de vida en un entorno con menos ruidos molestos, menos contaminación del aire y menos asaltos. El cambio se debió a muchos factores, incluidos el éxodo rural y la urbanización caótica. Con el afán de ganar dinero, se construyó demasiado y demasiado mal. En un momento dado, el centro de la ciudad decayó, porque concentraba demasiada gente para la precariedad de la infraestructura. Las viviendas se mudaron a las afueras de la capital, e incluso a las localidades vecinas. Los especuladores, viendo que en el centro no podían ganar tanto, migraron también. Gracias a ellos, las cloacas de la zona de Santa Teresa despiden un olor nauseabundo, que no es su único logro.
Se trata de una cuestión nacional e internacional. En 2008, la crisis financiera les hizo comprender a los logreros que, en vez de tener dinero en un banco, les convenía más invertirlo en bienes raíces, la cuenta de ahorros más segura; sin tomar en cuenta los intereses de la gente, desde luego.
Por suerte, existe una reacción contra este desmedido afán de lucro, que se manifiesta en el estudio titulado Normas paraguayas de construcción sostenible, realizado por el Consejo Paraguayo de la Construcción Sostenible (CPCS), y presentado a la Comuna capitalina. El CPCS pide que la Municipalidad disminuya los gravámenes para las constructoras que trabajen de una manera responsable, no dañina para el medioambiente; por su parte, la Municipalidad considera un proyecto para penalizar a las que hagan lo contrario. Bien manejado, un sistema de premios y castigos servirá para recuperar la ciudad deteriorada y cumplir con el Acuerdo de París porque, dependiendo del tipo de urbanización, se conserva o se destruye el medioambiente.