Raúl Cortese | Itapúa
La diferencia radica en el escenario que rodea al Santuario, exuberante, con una gran cantidad de árboles y todo ello rodeado por el caudaloso río Paraná.
Mirando hacia el recurso hídrico se encuentra la imagen de la Virgen, instalada dentro de una pequeña gruta cubierta de piedras, a donde llegan finalmente los peregrinantes para pagar sus promesas o pedir favores y agradecer los pedidos concedidos, todos ellos movidos por la fe, la cual es siempre renovada en este tipo de manifestaciones marianas.
Los católicos caminan unos 10 kilómetros, distancia que separa este lugar del microcentro de la ciudad de Encarnación, aunque existen peregrinos que llegan desde distritos vecinos y a pie, como San Juan del Paraná, Alborada, Cambyretá, Capitán Miranda y hasta de Fram.
También se registran devotos que llegan desde el interior del país, así como del extranjero: Brasil, Argentina y Uruguay. El santuario es parte de la ruta Jesuítica, sus raíces históricas están en la creencia de la gente del lugar en las primeras décadas del siglo XX. Probablemente eran los navegantes jangaderos quienes, al tener que pasar el río entre el peñón y la isla Cañete, recurrían a la Virgen para pedirle protección.