24 abr. 2024

Unamuno es cosa del fútbol

Al filósofo y novelista español Miguel de Unamuno no le caían en gracia las corridas de toros. No había en su rechazo, sin embargo, ningún argumento de índole “animalista” o de “veganismo ético”, como se dice hoy, a instancias del término inglés original que hace solo dos años la Real Academia Española introdujo en su diccionario.

Él creía, más bien, que lo de los toros tiene, como espectáculo, una circense raigambre latina de insano esparcimiento cerebral. Decía: “No me cabe duda de que nada hay más sutilmente reaccionario que mantener la afición. Mientras la gente discute la última estocada del Pavito o su escapatoria con la cupletista Carmen o Conchita, no habla de otras cosas, y es muy conveniente hacer que el público tenga hipotecadas su atención y su inteligencia en variedades de esas”.

Cuando ya el autor de Del sentimiento trágico de la vida creía haberlo conocido todo en materia de empobrecedores distractores sociales, tropezó con el fútbol. El 23 de marzo de 1924, cuatro años antes que se creara la Liga Española, escribió un artículo en el que lamentaba que a la tauromaquia le hubiera crecido un hermano bastardo todavía más peligroso. Porque, decía, en los toros uno no solía escuchar los insultos y deseos de muerte al prójimo que se escuchan en un estadio. Lo que él llamaba “los partidos de pelotón” estaba creando una “incivil” competencia “de unos lugarejos contra otros, una manifestación del más triste localismo”. Tempranamente, hay que decirlo, vio el drama de las hinchadas.

El filósofo, que siempre luchaba contra su propia ortodoxia católica, ahondó aun más en marcar la herencia romana, modernizada en el espectáculo multitudinario del fútbol: "¡Pan y toros!” era la divisa de los que querían tener al pueblo en perpetua barbarie infantil. Y no hay mucha diferencia de esta divisa a esta otra: "¡Pan y pelotón!”. O a aquella otra de "¡Pan y catecismo!”. Sería mucho mejor decir "¡Pasto y deporte!”, escribió con admirable indignación vasca.

Sin embargo, el movimiento perpetuo del mundo se encarga siempre de otro espectáculo no menos populoso: el de las sutiles correspondencias y las dolorosas ironías. Rafael Moreno Aranzadi es un nombre que a muchos no les suena, pero su sobrenombre sí: Pichichi. Hasta tres años antes del artículo de Don Miguel, y a lo largo de una década, hizo 78 goles antes del profesionalismo. Su apodo dio nombre al trofeo que hasta hoy gana el goleador de la temporada en el fútbol español, entre ellos el paraguayo Cayetano Ré, en la temporada 1964-1965. Pichichi fue quien hizo el primer gol en el legendario estadio del Athletic Club, el San Mamés, en su inauguración. Pichichi era un querido, y hoy inmortalizado, sobrino del escritor bilbaíno Don Miguel de Unamuno, quien odiaba el fútbol.

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