Como jefe de Estado del Vaticano, el papa Francisco nos ha sorprendido en estos días con otro bonito gesto de cariño hacia los paraguayos.
Se trata de la inauguración de un mosaico de la Virgen de Caacupé en los jardines del Vaticano, llevado a cabo ayer jueves, con la presencia del presidente Cartes, el Dr. Kriskovich, embajador ante la Santa Sede, los obispos del Paraguay que estuvieron reunidos con el Papa en estos días y otros invitados.
Este acontecimiento es muy singular, ya que en muy pocas ocasiones el Vaticano permite la instauración de una nueva imagen allí y para más simbolismo en medio de dos árboles de tajy plantados para la ocasión.
A un mes de desarrollarse otra edición de la famosa fiesta de Caacupé, que pone en movimiento a gran parte del pueblo, el Papa les ha pedido a los obispos que se siga promoviendo entre el pueblo cristiano católico esta devoción a la Virgen Inmaculada.
Con mucho respeto a los no creyentes y a los cristianos no católicos, este gesto ha constituido, desde mi punto de vista, una forma didáctica en la pedagogía de este líder católico para resaltar positivamente el estilo paraguayo de vivir y enfrentar la realidad y sobre todo la preponderancia de la mujer, de la fe y de la cultura autóctona en un mundo globalizado y en crisis, donde se debate y hasta se ha perdido el sentido de estos componentes de la sociedad.
Resulta que, sin habérnoslo propuesto, estamos siendo señalados constantemente por Francisco como una nación digna de imitar en muchos aspectos y creo que deberíamos analizar un poco más este guiño papal y rescatar lo bueno de la forma en que el pueblo vive su relación con la trascendencia, ya que la fe ha marcado la historia nacional en varios aspectos, sobre todo ayudando a atravesar con dignidad y valentía los momentos más oscuros.
Además, la Virgen Madre sirve de inspiración a muchas madres paraguayas, sin duda constructoras y reconstructoras de la sociedad civil del país, pues con su propio estilo han sabido resguardar y mantener vivos los elementos culturales más positivos de una nación caída en desgracia por causa de genocidios, corrupción, malos liderazgos y pobreza material ligada a grandes injusticias.
Quisiera dar las gracias por esta distinción nacional que pone en valor a un pueblo de fe inquebrantable como el nuestro.
No se trata de salir del anonimato o de la “isla rodeada de tierra” para recibir fama sin más, sino de tomar en serio la pregunta acerca del porqué y del para qué de este sitial histórico.