Hacía años que no leía un artículo de Fernando Savater. Ni siquiera recuerdo cuándo –y, lo que es peor, por qué– el escritor se convirtió en alguien desagradable para mí.
Hace un par de meses, ante la insistencia de personas que estimo, leí su columna en el diario El País de España. El 18 de marzo llevaba el título de Condena. El autor de Panfleto contra el Todo se rindió en dos párrafos ante la más filosófica de las certezas: la muerte. La de su esposa, Sara Trejos, quien falleció debido a un tumor cerebral hace dos años. Creo que fue Novalis quien dijo que la muerte es terrible porque nos sucede, precisamente, a nosotros. Savater lo contradijo. La muerte del otro es todavía más implacable que la nuestra. A menudo suele ser una doble muerte. Para explicarse, mediante una cita de Borges, apeló a una vieja especulación del místico y científico Emmanuel Swedenborg. En el siglo XVIII, este creía que “los condenados (al infierno) no son conscientes de su muerte y creen que continúan en su esfera cotidiana”. Luego sospechan que forman parte de un sueño que se va despoblando de cosas y seres. Hasta que descubren que ya no están vivos. Savater aseguró certificar aquella teoría escatológica desarrollada en Del cielo y el infierno, a partir de supuestas vivencias del propio Swedenborg: la muerte de su mujer lo obliga a habitar un mundo degradado, un mundo hecho de muerte. Incluso de la muerte de la escritura: el año pasado anunció que no escribirá más libros.
Volví a leer los textos en donde Borges habla de Swedenborg. Haber vuelto a leer a Savater fue una decisión feliz. Porque de Borges se pasa a Ralph Waldo Emerson, el escritor norteamericano que restauró la obra del sueco. Porque Emerson hizo que Borges la conociera. Lo que no está claro es si fue el escritor argentino quien hizo que Roa Bastos hiciera lo mismo. Aquel lo cita en algún ensayo de 1952 y le dedica un soneto de 1964. Sin embargo, un año antes de que mencionara por primera vez a Emerson junto a Swedenborg, ya Roa Bastos había citado (e intervenido) a este. El mismo pasaje transcripto por Emerson en 1850. Esto, por supuesto, sin que el escritor paraguayo acredite el texto a Swedenborg, ni a Emerson ni a Borges (y mucho menos a Savater).
En el pasaje en que El Supremo enseña a Patiño el arte de la escritura, parte su lección desde el dibujo del mínimo punto. Enuncia (parcialmente) la teoría swedenborgiana de las formas de la naturaleza, en donde la más baja es la angular; la más alta, la circular. La espiral es, entonces, una “circular-perpetua”. Circular-perpetua es el nombre que El Supremo da a sus quirúrgicas y bizantinas órdenes para los funcionarios del Estado.
Swedenborg diseña los días más tristes de Savater desde el 2015. En el reino de la ficción, desde 1974 Swedenborg rige las vidas del funcionariado público paraguayo.