En las siguientes historias, cada una muy diferente, somos testigos del crecimiento actoral de Sifri Sanabria, Cecilia Torres, Christian Ferreira y Mario Toñánez.
Un juego, un idioma
Sifri era una niña que se miraba mucho al espejo y simulaba ser personajes fantásticos. Cambiaba su voz, creaba castillos, vestía a sus muñecas, dibujaba. Era la doctora y también la enfermera. Su mamá siempre la encontraba disfrazada. Y como soy hija única, estaba la mayor parte del tiempo sola y eso me llevaba a crear historias.
En una obra de primaria la eligieron como la jardinera, aunque ella quería ser una flor como sus compañeras. Y en el bachillerato, cuando la posicionaban como Miss, le hacían subir a un escenario, siempre al frente, aunque fuera bastante introvertida.
A los 14 años su madre viajó a España y tiempo después, como la necesitaba mucho, fue a verla. Allí se encontró con un panorama desconocido. Fue a una panadería de Barcelona y un hombre viejo le dijo que debía aprender el catalán si quería vivir ahí. No fue muy agradable y eso hizo que se decidiera a aprender el idioma cuanto antes.
Entró a un taller de actuación inicial en el que le costó improvisar porque el catalán no estaba integrado en ella. Entretanto, debía lidiar con el hecho de ser una de las pocas latinas que estudiaba en el colegio, con una joven colombiana y un chico ecuatoriano.
Las personas le preguntaban cómo era Paraguay. Y ella respondía lo habitual: tomamos tereré y hablamos guaraní. Entonces le decían: hablame guaraní. Y ella se avergonzaba.
Se me caía la cara, ¿cómo puedo hablar de algo sin saber?
Buscó guaranias, poemas en guaraní, escuchó a Luis Alberto del Paraná, pidió ayuda a una tía y por un tiempo fue una fanática del guaraní. Esto somos nosotros, decía.
Volvió al Paraguay, terminó sus estudios secundarios y empezó la carrera de Ingeniería en la universidad. Pero a los tres años se preguntó: ¿es esto lo que quiero hacer de mi vida? Mientras tanto, probaba suerte en castings donde, aunque no quedara, recibía elogios y le preguntaban si había estudiado antes porque notaban aptitudes en ella.
En 2012, en medio de una producción, una joven se le acercó y aconsejó que estudiara actuación aunque no fuera elegida. Lo pensó, pero no sintió el impulso necesario.
Hasta que ese año vio 7 Cajas y salió de la sala muy conmovida y diciendo: yo quiero actuar. La película le dio confianza y le hizo sentirse capaz. Pensó que era la muestra de que aquí puede dedicarse a lo que realmente le gusta. Me hizo sentir orgullosa.
Entró a un taller dirigido por los mismos directores de esa película y allí conoció a otros jóvenes como ella, entusiastas de la actuación. Con ellos aprendió varias técnicas que le ayudaron a desarrollar esa capacidad que aún no había explotado en el escenario.
Y antes de terminar la carrera, en 2015, fue contratada para doblar en guaraní una serie animada franco-alemana en la que debía interpretar a varios personajes femeninos, como hacía cuando se miraba al espejo de niña, alzando y bajando la voz.
Durante este periodo se metió en el casting de Los Buscadores. Sabía que los directores buscaban a personas que hablaran guaraní y, aunque temiera y pensara que no era buena, pensó que eso no debía importarle porque esto es lo que me gusta.
Hizo varias pruebas. Y en la última de ellas se compró un libro de fábulas en guaraní, que leyó para sentir seguridad. Salió de la audición preocupada porque las demás le parecían mejores. Y no creía que unos días más la llamarían para decirle que no quedaste para Ilu, pero sí para Lili, el papel que probó una vez y la convirtió en actriz.
Se reunió con el equipo de la película para la lectura del guión y los ensayos previos frente a cámaras. Recorrió las locaciones y llegó al Mercado 4 en busca de una joven que le ayudara a construir a Lili. Vio los callejones, las cajas de frutas y alimentos, y pensó: Estoy buscando a mi personaje en el mismo lugar en que se grabó 7 Cajas. ¡Quién iba a pensar que mis juegos de infancia se volverían mis pasiones de grande!
De tal amor, tal apego
La danza y la música, las películas y los libros, acompañaron a Cecilia desde la infancia. Escuchaba los cuentos que le leía su mamá y veía con ella muchas películas. Desde aventuras infantiles hasta los dramas más maduros, aunque estos le dieran sueño.
Practicó la danza en compañía y aprendió el teclado en soledad; uno de sus primeros deseos artísticos fue ser una profesora de baile, al menos hasta que cumplió 13 años, cuando un tío la unió a un coro de niños para presentar la obra de teatro Carmen.
Fueron sus primeras experiencias en ensayos y junto a un cuerpo de profesionales. Llegaron a marcarla. Y antes de que la estrenaran, en los preparativos, alguien se acercó y le pidió sus documentos y los de su tutor porque quería darle un cheque.
Cecilia no lo asimilaba y le dijo a su madre: Yo quiero ser actriz. La apoyó sin problemas y fue al instituto de Margarita Irún, el lugar en donde me enamoré de la actuación.
Estudió durante siete años, aprendió a trabajar en obras de teatro y en su última etapa se propuso meterse a todos los castings que se hicieran en la ciudad. Y así llegó al de una película en donde necesitaban a alguien que hiciera de empleada doméstica.
Dudó, pensando que los directores, a quienes admiraba, la verían como una inexperta. Pero falló en sus predicciones: la llamaron, le preguntaron por sus actividades, le pidieron que ajustara su tiempo. ¿Por qué? Porque te confirmamos para el papel de Ilu.
Hubo una fiesta en su cabeza. Yo siempre pensaba, después de las pruebas, que podía haberlo hecho mejor. Y esa preocupación la acompañó a lo largo del rodaje.
En las locaciones aprendió que para interpretar a otra persona necesita conocerla integralmente. Y pensando en eso me puse las pilas y conocí a muchas mujeres que me ayudaron a saber más sobre las trabajadoras. Visitó las casas de sus amigas, conoció testimonios y concluyó que cada persona es un mundo, una historia que contar.
Adaptó su persona a la de una mujer en constante movimiento, que le da muchas vueltas a un problema para solucionarlo. Y se sintió satisfecha al ver sus resultados.
Su madre la abrazó y la acompañó, desde que la confirmaron hasta que se despidieron de ella en el último amanecer. Porque ella sabe que esto es lo que yo sueño y amo
Recibir el apoyo maternal hizo que Cecilia se apegara a la actuación y no pudiera concebir una vida sin arte. Por eso sus planes para el futuro se enfocan en seguir actuando, estudiando y tal vez viajando. Ya que nunca terminamos de aprender.
Solo en compañía
Christian siempre hacía de árbol o de oveja o era el niño pasto. Pero aunque sus papeles fueran menores, le gustaba la sensación de ser observado y recibir aplausos.
Culminó el colegio sin mayores dificultades y se metió a la carrera de Actuación para Teatro en el Instituto de Arte de Encarnación. Y al mismo tiempo sus padres le pidieron/sugirieron que iniciara una carrera real que le hiciera ganar dinero.
Terminó su carrera actoral luego de tres años. Pero sintió que no era suficiente, que algo más me faltaba, pero no sabía qué. Vio que en Facebook se promocionaba la carrera del Taller Integral de Actuación. Y en 2013 decidió participar con una amiga, a quien le dijo que cuando termine te prometo que voy a estar en una película. Y lo logró.
Fueron tres años de viajes, todos los fines de semana, de su ciudad a Asunción. Para pagar sus estudios trabajaba como conductor en un canal de televisión. Y estuvo así hasta la última etapa del taller, en 2016, cuando supo del casting para la película.
Se postuló, recibió una llamada para hacer el papel de un canillita llamado Fito, fue a las audiciones y la inseguridad se apoderó de su mente: creo que no voy a quedar.
Pero eso acabó cuando le dijeron que fue seleccionado para el papel y que debía mudarse a la capital para ensayar y trabajar el personaje en la Chacarita.
Él no dudó mucho. Dejó temporalmente su ciudad y se metió en la piel de un tipo fachero al que le gusta mucho mostrarse con dinero y mujeres a donde vaya.
En el rodaje le exigieron que hiciera cosas que él había evitado toda su vida, como viajar en una moto o entrar a un cementerio. Pero esto no lo desanimó, porque me encantaba formar parte de todo lo que significara estar dentro de una película.
Sabía cómo se sentía estar ante una cámara, pero era la primera vez que se colocaba ante ella con la noción de que no sería visto sino hasta dentro de muchos meses. Y eso hacía que yo trabajara más en mi personaje para que en el futuro la gente empatizara.
Christian, sin embargo, prefiere estar solo la mayoría del tiempo, tal vez mirando series o caminando con su perro. El personaje de Fito se aleja bastante de su esencia. Pero todo esto cambia cuando me pongo en el rol del actor y la cámara se enciende.
Hijo del cine
Ubiquémonos en la época de los setenta y los ochenta en Asunción. Mario tenía 12 años cuando inició una relación de amor con el cine hollywoodense. Su mamá era cocinera, el salario que ganaba no cubría todas las necesidades y eso hizo que él se dedicara a vender golosinas en los cines Premiere, Roma, Guaraní y Splendid.
Su trabajo lo acercó a las películas. Veía los estrenos que llegaban al país todas las semanas y, aunque no fuera en el día del estreno, se hacía de tiempo después de trabajar para sentarse y ver Flash Gordon, Superman y otros filmes de la época.
Como el personaje de Toto, de Cinema Paradiso, Mario prácticamente pasó su niñez y adolescencia dentro de una sala de cine. Imitaba a los personajes, miraba las mismas películas una y otra vez y así crecí hasta que pensé que lo mío era la actuación.
Decidió meterse a unos talleres actorales incluso antes de terminar el colegio. Y antes de iniciar sus apuntes, el título que usaba siempre era: Camino a Hollywood.
Uno de sus maestros, Nicolas Cartez, le dijo que podía aplicar para una beca en Estados Unidos y estudiar en un taller con otros actores latinos. Pero no lo logré y sentí que se me cayó la ficha y que tal vez no era importante salir afuera en ese momento.
Hollywood desapareció de sus escritos. Y en esta época se sintió atraído por las películas latinas y europeas, en las que notó un ritmo diferente al acostumbrado.
Su enfoque sobre el cine cambió. Y esto influyó en sus futuros trabajos como actor y guionista, porque ver una buena película es como leer un buen libro: muchas cosas quedan dentro de uno y después de un tiempo las vamos asimilando.
Los talleres le permitieron conocer a directores como Teresa González Meyer y Alexis González, y con ellos aprendió a actuar. Se rodeó de actores, conoció diferentes estilos de interpretación y pensó: tal vez lo importante no es llegar a Hollywood, sino hacer un buen trabajo en donde te encuentres.
Vivió su juventud en los escenarios y cuando desarrolló la seguridad para dirigir se unió a la organización de un festival de teatro juvenil que se extendió por 20 ediciones.
Acompañado de jóvenes dirigió obras en Encarnación, Pilar y Ciudad del Este. Y con la ayuda de un colega, Blas Alcaraz, aprendió que la mirada en una obra juvenil es muy importante. Que el teatro y el arte en general pueden influir en la visión de los jóvenes y por eso se necesitan historias realistas que los ayuden a entender el mundo.
Llegó el nuevo milenio. Y como tenía deseos de adquirir más conocimientos, para sistematizarlos alguna vez en un libro de teatro, fue al Instituto Superior de Bellas Artes, estudió la carrera actoral y en 2009 se hizo licenciado en teatro.
Sus conocimientos le permitieron participar en películas como 7 Cajas, donde hizo de policía al mando de los directores Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori.
Y cuando descubrió que ambos harían una nueva película, hizo las pruebas y nuevamente fue seleccionado. Lo alejaron de la criminalidad para colocarlo en el papel de un hombre mayor que se dedica a buscar tesoros y tiene el apodo de Don Elio.
La experiencia en esta película fue para él como un posgrado. Un escalón más en su larga carrera como actor. Y aunque a Mario le gustaría dedicarse completamente a la actuación, su vida de hoy, dividida en la docencia, la familia y la escritura de guiones, le satisface. Tanto como para decir que, hasta aquí, creo que pude cumplir mis sueños.