Antiguamente el trabajo físico, por ejemplo, el cultivo y recolección en el campo, no era considerado como algo honroso y se dejó al cuidado de los esclavos. Cuando vino la era industrial se dieron cuenta que el trabajo de fábrica ya no podía ser ejercitado por esclavos sino que necesitaba otro tipo de personas libres y con iniciativa.
Lo que los ricos no aceptaron es que, cambiados los protagonistas del trabajo, tenían que cambiar también sus condiciones.
Y no pasaron muchos años y la clase obrera naciente se rebeló en forma de huelgas. Fue dura la lucha, costó mujeres quemadas en sus hilanderías y obreros ahorcados, pero el ritmo de conquistas creció para lograr condiciones bien humanas en el trabajo.
En los últimos años la avaricia del sistema capitalista comenzó un proceso en el que la clase obrera, sufrió el derrumbe de estas conquistas.
Actualmente tocamos fondo. Y llegamos al dilema de crear otro sindicalismo inteligente y fuerte que recobre lo que antes tenía de conquistas o esta institución pasará al olvido como uno de los fracasos de la historia.
Curiosamente hay más de culpa en la cúpula gremial que en las bases obreras, aunque el impacto del consumismo también las haya debilitado. Las cúpulas fueron compradas, se eternizaron como personas en el cargo y por defenderlo individualmente, dividieron grandes agrupaciones sindicales.
Ha llegado la hora de un nuevo sindicalismo obrero, que ha de nacer de abajo para arriba y que tiene que tener en cuenta que el poder acumulado por años en sus dirigentes corrompe. Desgraciadamente, también, a este sindicalismo nuevo se opone radicalmente el Gobierno.