Así llaman los mexicanos a los momentos en que algo ocurre para demostrar el fin de algo y el comienzo de otro. Son los ciclos que nos sacan del área de confort y nos fuerzan a buscar opciones nuevas y distintas.
Es el momento de cuestionarnos y de cuestionar, pero por sobre todo de intentar nuevos caminos que se parezcan a los mejores sueños que alentamos profundamente. Son momentos críticos y de malestar. De dudas y tribulaciones, pero por sobre todo de oportunidades.
Donald Trump es nuestra conciencia tardía de que veníamos haciendo las cosas muy mal y que los efectos de la globalización codiciosa y mentirosa se iba a cobrar la víctima en el victimario. Jamás un discurso excluyente y temeroso ganó unas elecciones en ese país acostumbrado a que sus candidatos estimulasen nuevas fronteras con el mundo como horizonte. Ahora se habló de expulsión, deportaciones, muros y sanciones. Estados Unidos tiene miedo y eso producirá grandes cambios a escala mundial.
Todos están bajo cuestión. Los partidos políticos por haberse convertido en gavillas organizadas en torno a los intereses particulares de sus líderes de ocasión, las corporaciones con unos salarios siderales a sus gerentes y administradores, y con una capacidad de control sobre el Estado nunca antes conocido. Odebrecht en Brasil tenía hasta un ministerio de coimas y sobornos y la delación premiada amenaza con destrozar todos los cimientos de la política del vecino país. La codicia desenfrenada hizo que un evasor asumido de impuestos sea ungido presidente de los Estados Unidos porque eso importó poco frente a la cáfila de políticos que se mantuvo en cartelera por demasiado tiempo hasta agotar el sistema. No hubo renovación ni en su partido en el que nunca militó y que con sus 70 años destrozó a las figuras jóvenes de los Bush, Rubio o Cruz. Los pasó encima y ahora todos rezan para que el odiado establishment sea capaz de cortejarlo, educarlo, perseguirlo y ponerlo en cintura. Eso no será suficiente para una sociedad de los excesos, donde incluso los amplios derechos de los homosexuales terminaron en peticiones absolutamente irracionales, como la operación de cambio de sexo del soldado Chelsea Manning, culpable de la mayor filtración de datos del gobierno de EEUU en su historia.
La gente está cansada y vota a populistas que castiguen el sistema, aunque en el camino pongan en riesgo la propia democracia. Sí, no vean lo que pasa en Venezuela y otros países acosados por la misma enfermedad.
Deben cambiar las universidades de élite y sus escuelas de negocios o de abogados que durante años proveyeron de mano de obra calificada a un sistema que acabó con el sueño americano. Expertos en evasión muchos de ellos, escasamente críticos del sistema y serviles a los intereses malsanos de muchos, entre ellos el mismo Trump. Hay un hambre de ética en el mundo que los corruptos cuando son atrapados culpan a otros iguales de su situación.
Mucho cinismo, poca postura moral y nula capacidad de autorregulación están llevando al sistema democrático a un punto de inflexión crítico y preocupante. Si logra corregir los excesos y las equivocaciones, el parteaguas será el comienzo de una nueva era; si por el contrario la clase dirigente cree que esto pasará como una lluvia de verano para volver pronto a la normalidad conocida, estaremos todos ante un riesgo mayor. Esta no es una lluvia cualquiera, esta es una tormenta que amenaza convertirse en un tsunami para muchos culpables o inocentes del sistema fracturado.
Esta es una nueva era.