20 abr. 2024

¿Parlacumbieros o parlavilleros?

Carolina Cuenca

Como sabemos, la cumbia villera es un ritmo musical folclórico tradicional de Colombia, que integra culturas populares indígenas, africanas y españolas, según comentan los estudiosos. Es decir, es el fruto del mestizaje cultural que nos caracteriza a los latinoamericanos. Será por eso que “pega” tanto. Otro “pito pu” es la autoencumbrada cumbia villera kurepi, la cual es un estilo nacido ya a fines del año 99 con letras agresivas y vulgares escritas “en nombre de” los habitantes de las villas de emergencia.

Algunos dicen que el rechazo que provoca su decadente grosería es en realidad fruto del desprecio peyorativo hacia las clases populares y reivindican así sus referencias positivas hacia el consumo excesivo de alcohol, drogas, delincuencia, sexo casual, violencia y rebeldía hacia las instituciones.

Una sana diferenciación no viene nada mal para quien aprecia a la gente de la villa, que es pobre pero no vulgar, a la música en particular y a la cultura en general. Y algo similar podría aplicarse a la incursión anunciada y practicada de tanta gente de farándula que anuncia su candidatura a cargos públicos apoyados no en sus esfuerzos, militancia o antecedentes de proyectos de bien común y perfil moral en alza, sino en su simple y llanísima “popularidad”. ¿Es suficiente ser populares para gobernar? Claro que no. ¿Recuerdan aquella lamentable sesión del 7 de junio pasado cuando parlamentarias se trataron de prostitutas y “se hicieron callar” con descalificaciones groseras, empujando a levantar la sesión? Pues multipliquemos a la enésima potencia estas situaciones. Mal síntoma, gente, porque una cosa es que todos seamos libres de expresar nuestra personalidad y creatividad, y otra muy distinta es dar las llaves de nuestra ciudad, de nuestro país, de nuestra hacienda, de los programas que afectan a nuestros hijos a personas no capacitadas, ni idóneas. Es evidente que la crisis de la clase política empuja a la gente a rechazar como ideal de vida hacer una carrera en este ámbito, pero la paradoja es que el castigo que queremos darles a los políticos corruptos es una caricatura aún peor a la de hoy.

Yo no sé ustedes, pero a mí me parece que el Presupuesto General de Gastos, las leyes y la representación de nuestra nación no pueden pasar a manos de improvisados. Quizás los únicos beneficiados serán los chismosos faranduleros que pasarán a ser asesores oficiales a costa del erario público. Pero todos sabemos que el morbo es un reemplazante perturbador de la materia gris. Y más temprano que tarde genera hastío y disfuncionalidad a gran escala.

Es verdad, esto ya es fruto de la decadencia actual. La chanchada ya está instalada. Pero lo lógico sería limpiar el sitio para dejar de resultar atractivo a los cerditos, no resignarnos a transformarnos todos en cochinillos con la excusa de darle un poco de picante a la política “porque qué más da”. Como siempre la solución está en el karaku de nuestra auténtica cultura popular: el buen uso del sentido común.

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