25 abr. 2024

Paraguaya de ojos rasgados

Por Luis Bareiro

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No sé si existe algo que se pueda llamar paraguayidad, como no sé si se puede hablar de uruguayidad o chilenidad, lo que sí es seguro es que si vivimos la mayor parte de nuestras vidas en un determinado lugar, terminaremos por contagiarnos de las particularidades de su gente, consciente o inconscientemente.

Y como esas particularidades estarán siempre atadas en la memoria a episodios entrañables de nuestra propia vida (la infancia, la madre, el despertar adolescente, un beso) sentiremos hacia ellas un amor inexplicable.

Por decir, nada nos sabrá tan irracionalmente delicioso como un cocido con leche, porque ese sabor estará unido indefectiblemente a la imagen de esa mujer que nos amó tan honesta e incondicionalmente.

Como ese, hay otros cientos de ejemplos, detalles de la rutina que construyen el microcosmos en el que se desarrollan nuestras propias existencias.

Para etiquetar esas singularidades nos gusta hablar de pueblo, de patria, de nacionalidad y algunos hasta de raza, sin conocer, tal vez, las connotaciones xenófobas que su mera utilización implican.

Lo cierto es que lo que hace compartir a un grupo mayor o menor de personas esa cierta identidad colectiva es la convivencia en un mismo tiempo y lugar, de una realidad que carga con las consecuencias inevitables (buenas y malas) de un pasado común y con un bagaje de valores y antivalores, costumbres y vicios.

Dentro de esa lógica me pregunte varias veces qué supone ser paraguayo.

¿El menonita cuasi albino que viste mameluco y habla alemán, pero que representa ya la tercera generación nacida en el árido chaco, es menos o más paraguayo que el moreno de notable ascendencia guaraní que nació y creció en un barrio porteño de inmigrantes paraguayos?

¿Es la identificación con la gente y sus problemas la que nos hace más o menos paraguayos?

En ese caso, ¿es más paraguayo el profesional caacupeño encerrado en una oficina, conectado la mayor parte del día a internet, o aislado en su dúplex siguiendo los bemoles de la liga inglesa de fútbol, que, por ejemplo, el español Francisco de Paula Oliva, que agota las horas de su vida trabajando con vecinos de un barrio marginal en Asunción?

¿Era menos paraguayo Rafael Barret, metido hasta el caracú en el drama de los mensú, que nuestro afamado actor Arnaldo André, quien hizo una meritoria carrera en Buenos Aires?

¿Si tuviéramos que elegir un hombre destacable o una mujer destacable de estas tierras, tendrían que ser morenos, haber nacido dentro del límite accidental de nuestras fronteras, hablar guaraní, comer soyo con tortilla y ser pobre?

Supongo que cada quien tendrá su propia visión del “bien y buen paraguayo o paraguaya”.

A mí me basta con que viva aquí y ayude a construir un futuro.

Si su apellido es ruso, su piel negra, nació en Groenlandia o sus ojos están rasgados me da igual, si se agota en la patriada de construir un país serio es paraguayo y punto.

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