El profundo y silencioso dolor de doña Obdulia no tiene fin. Hace tres años su hijo, el suboficial Edelio Morínigo, se encuentra secuestrado por miembros del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP); una organización de extrema izquierda que afirma luchar contra las injusticias de la oligarquía, los patrones, los estancieros, etc., y para ello mata, secuestra, amenaza, incendia y lastima a quien se cruce por el camino. Un ejemplo más de las consecuencias nefastas de la instalación acrítica de ideologías extremas, sea del signo que sea, así como de la incapacidad del Estado de ofrecer condiciones básicas como seguridad y desarrollo.
Y el sufrimiento de esta madre es el reflejo del padecimiento de tantas familias paraguayas, como las del colono menonita Abrahán Fehr y del ganadero Félix Urbieta, también privados de su libertad, y de aquellas de las más de 60 personas asesinadas por este grupo criminal, entre policías, militares y campesinos.
El EPP, que se sigue burlando de la costosa Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) instalada en la zona, provoca heridas cada vez más graves al país y a su gente. Y el argumento referente a que los políticos también roban y “matan” con sus acciones no justifica en absoluto el atropello, la violencia y el terror que estos jóvenes y adultos armados y con el cerebro lavado siembran y promueven en el Norte, destruyendo hogares humildes a los que, contradictoriamente, dicen defender.
El terrorismo siempre será un aliado de la injusticia, y de aquella más dura. Ningún guerrillero puede arrogarse el derecho de truncar o eliminar la vida de un ser humano, de violar sus derechos básicos, hacer sufrir a su entorno y derramar sangre inocente en medio de gente que busca vivir en paz. El respeto y desarrollo de la vida humana exigen necesariamente la paz.
Y en este punto la presencia del Estado cobra un papel fundamental. Las carencias básicas en educación y salud, sumadas al desempleo y la falta de perspectivas, siguen siendo tierra fértil para este tipo de bandas delictivas.
Y esta penosa situación deja en claro también cuánto se necesita de una educación y una amistad verdaderas para que los deseos e ideales de justicia, incrustados en el corazón del hombre y que emergen con fuerza en la juventud, sean encaminados hacia la construcción de puentes y no de muros; hacia el respeto a la dignidad del semejante, sea rico o pobre, policía o ganadero; buscando reconocer al otro como un bien y no un enemigo al que dañar o destruir a como dé lugar. Es la esperanza de un Paraguay mejor.