08 dic. 2025

Mediocridad institucionalizada

Por Arnaldo Alegre

Arnaldo Alegre

Paraguay es básicamente una conjunción de tribus. El ascenso social está relacionado al grupo de pertenencia. El talento individual está subordinado al grupo. Acá hasta Messi necesitaría un padrino para trascender.

A diferencia de las tribus ancestrales, la lealtad no es para los coetáneos una condición muy práctica para sobresalir. La capacidad de predecir dónde soplará el viento y ajustarse a sus designios ha dado fama y, sobre todo, fortuna a varias generaciones de paraguayos.

Somos un país de amigos. Un país de amigos que, para colmo de males, no hace de la probidad y la excelencia una bandera. Simplemente la razón imperante es: todo para los que están con nosotros y nada para los que no. Para los tibios, migajas. Y así, la mediocridad está institucionalizada.

En la administración pública se ve de forma lamentable esta realidad. Y la gran responsable de esta incapacidad supina y en algunos casos equinas (porque algunos son verdaderos animales de dos patas) es la clase política.

La inclusión del personal estatal en la estructura gubernativa está directamente relacionada, en la mayoría de los casos, a qué partidos o roscas pertenecen. Los políticos hacen política ofreciendo cargos. Y los militantes hacen militancia a la espera de cargos para ellos o sus parientes. Es así de lamentable.

De esta forma la administración pública se llenó con capas y capas de ineptos de variada filiación política y pelaje, los cuales se van superponiendo, libando alegremente cuando la luz del poder los alumbra y parasitando felizmente cuando no.

Como toda regla tiene su saludable excepción, en la administración pública existen islas de eficiencia y honestidad que hacen el milagro de que el Estado no se caiga a pedazos o sea saqueado hasta los huesos.

Pero, aunque sean gotas de eficiencia en un mar de estulticia, los profesionales que hacen honor a la función pública deben identificar y repudiar a los mediocres, acomodados, corruptos o planilleros para al menos no ser confundidos con ellos.

Pero los mayores responsables son los políticos. Es hora de que cambien la manera prebendaria de trabajar y que, de paso, eduquen a sus huestes.

Ser el país de los amigos nos sirvió para sobrepasar las penurias primigenias. Si queremos vivir en un Estado moderno se debe fundar el país de la eficiencia y la honestidad.