24 abr. 2024

Más que palabras

Enraizado fuertemente en nuestra cultura, el piropo de los hombres hacia las mujeres empieza a ser visto como una forma de acoso que nada tiene de amable y puede ser la antesala de hechos más violentos, como las agresiones físicas e incluso el feminicidio. Las mujeres opinan al respecto.

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Por: Carlos Darío Torres
Fotos: Javier Valdez
Producción: An Morínigo.

Agradecemos a: Cristhian Balbuena

“Dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer”. Así define la Real Academia Española (RAE) lo que es el piropo. Son palabras que describen un hecho claramente positivo y deseable, y aparentemente inocuo. Pero en la actualidad hay voces, provenientes fundamentalmente del sector feminista, que condenan este hecho y lo caracterizan como una forma de violencia de género encubierta.

Desde hace algún tiempo, el eslogan El piropo es acoso puede ser visto en pintatas callejeras, en redes sociales y en cualquier medio escrito. Es un grito que las mujeres quieren que se escuche para concienciar sobre una práctica que las incomoda y ofende, por lo menos en la gran mayoría de los casos.

En ese camino, la Junta Municipal de Asunción aprobó una ordenanza municipal que prevé una multa para quien acose a mujeres con palabras o toqueteos.

Es o no es

Para muchos, considerar cualquier piropo como acoso puede parecer una exageración, y sostienen que no cualquier avance masculino de este tipo es necesariamente violento o agresivo. En el otro lado hay quienes opinan que, de entrada, dirigirse en la calle a una mujer desconocida para decirle algo, sea un elogio o una grosería, implica de por sí un hecho violento, porque nunca existe de por medio un pedido de opinión de parte de la víctima al piropeador.

"¿Por qué un hombre tiene que sentirse con derecho a decirle cualquier cosa a una mujer?”, se preguntan quienes se oponen a cualquier tipo de requiebro. El piropo es acoso, aunque te guste, dice otra máxima repetida de manera permanente por los contrarios a este tipo de manifestación.

“Para mí el piropo no es acoso, pero hay una línea fina entre ambos. Creo que depende mucho de quien venga, la forma del piropo, las circunstancias; es decir, creo que es subjetivo definir cuándo es piropo y cuándo es acoso. Yo soy canchera y cuando estoy de muy buen humor incluso le retruco (al piropeador). Cuando me agrada, soy amable; cuando me desagrada, indiferencia nomás”, dice Liz Irala.

“No me siento acosada y si es lindo y delicado, pega. Yo me río y si estoy de humor les digo gracias”, afirma Elisa Alvariza. Hanna Park, en cambio, considera que cualquier dicho de un hombre a una mujer, en la calle y siendo ambos desconocidos, es incómodo e indeseable. “A mí no me gusta que me piropeen, por más que me digan cosas lindas”, asegura.

Sin embargo, aun desde carpas feministas hay quienes opinan que la cuestión presenta matices y hay quienes creen que el galanteo no tiene que ser visto como acoso. También están los que opinan que solo puede ser considerado como tal si proviene de un desconocido o si el escenario es la vía pública.

“No todo piropo es acoso. Siempre nos dicen: ‘Ustedes las feministas son extremistas a las que no se les puede decir nada’. Y no es que no se nos pueda decir nada. Entendemos que hay una diferencia, que una cosa es que una persona quiera señalar algo que le gusta de vos o quiera señalar que le gustás como persona, o señalar algo que le parece atractivo. Y otra cosa es que una persona utilice ese mecanismo para degradarte”, afirma la militante feminista Adriana Closs.

Los críticos señalan que el problema está en que en este tipo de manifestación no se trata de la apariencia de la mujer o de hacerla sentir bien al respecto, sino que es una forma de ejercer poder. Y que en el caso específico del piropo callejero, no es sino una manera de marcar territorio, de reclamar que ese espacio público es de los hombres.

“Nos llaman feminazis y nos dicen: ‘Ahora ya no se les puede ni mirar ¿y cómo te vas a enamorar?’. No es así. La diferencia es cuando el acto de piropear se convierte en callejero y deja de ser una frase ingeniosa. Ahí ya es acoso, agresión e incluso violencia. Para mí la diferencia está cuando te lo dicen en la calle, ese es el acto que consideramos violento”, asegura Myriam González, directora ejecutiva del Centro de Documentación y Estudios (CDE) y experta en investigación de violencia de género.

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Relaciones

¿Por qué una persona desconocida va a decirte cosas en la calle, si no tiene ningún tipo de relación contigo?, se pregunta González; y agrega que este es el punto central. “Vamos a dar vuelta la tortilla y hagamos una campaña en la que las mujeres piropeemos a los hombres de la misma manera que ellos piropean a las mujeres. Ahí se van a dar cuenta de qué se siente cuando una persona extraña te dice cosas”, propone.

González manifiesta que cuando el piropo genera enojo, incomodidad, violencia, la mujer se siente invadida. Sobre todo, cuando el contenido del piropo no tiene que ver con una cuestión ingenua ni graciosa, sino directamente con lo carnal. “Todo lo que parece piropo es en realidad una agresión, porque el contenido está ligado a una relación carnal. No creo que ninguna mujer se enoje si un hombre le dice qué linda que sos. No vas a reaccionar; aunque tampoco debería hablarte, siendo un desconocido, que es otro punto”, expresa.

“Alguien que manifiesta: ‘Te quiero hacer tal cosa’ -una gorsería-, está acosando. Y no hay nada más antipiropo que eso. El acoso no es piropo, ese es el punto. Se supone que el piropo es algo que le hace sentir bien a la persona que lo recibe. Y el acoso a las mujeres nos hace sentir incómodas, como mínimo. En general causa una sensación de miedo, de inseguridad, porque si te lo dice, en cualquier momento también te lo puede hacer”, agrega Closs.

La activista revela que en Paraguay, hasta el momento, no se ha hecho ninguna investigación al respecto, pero en otros países determinaron que entre los 10 y 11 años las mujeres comienzan a recibir este tipo de comentarios, que son agresivos y degradantes.

“Siempre nos dicen: ‘Ustedes a todo le llaman acoso’. Pero es que al acoso no se le puede llamar piropo. Si te degrada, es acoso; si te violenta, es acoso. ¿Y quién decide si te degrada o te violenta? La persona que lo recibe, no la que lo da. ¿Cuál es el límite? Se trata de relaciones humanas, y ahí hay que analizar caso por caso, a no ser que se trate de situaciones muy evidentes”, añade Closs.

Además, resalta, existen formas muy sutiles de acoso —que no se dan solamente en la calle—, como las que tienen como escenario el mundo laboral, en el que las mujeres reciben requiebros tanto de sus compañeros como de sus superiores. “Las mujeres recibimos mensajitos tipo: ‘Qué linda viniste hoy’ de parte de un jefe con el cual ya hubo cruces de miradas y vos notaste cómo te estaba observando. Y todo eso es muy sutil, pero si el resultado es que vos te sentís incómoda, te cuesta trabajar, que cada vez que vas a entrar a la oficina de tu jefe y vos sabés que van a estar solos, notás algo en el estómago y te sentís mal, es que ahí no hay piropo, sino acoso”, recalca.

La cuestión, en este punto, está en saber abordar a una mujer en la vía pública, sin convertirse en un acosador en el intento. “Una vez me pasó algo genial en la calle y es un ejemplo de lo que no es acoso. Se me acercó un muchacho y me dijo: ‘Mirá, no quiero que te enojes ni que te asustes, pero quiero decirte que tenés la sonrisa más linda que vi en mi vida’. Me lo dijo y se fue. Y yo me dije: ‘A la pucha, este muchacho tiene que dar lecciones de piropo’. Porque además me lo dijo con respeto, asumiendo una realidad”, dice Adriana.

Por su parte, González opina que los hombres saben cuándo un elogio o una frase son del agrado de la mujer que lo recibe (estamos hablando de desconocidos) y que hay señales que invitan a continuar con el galanteo o cortejo. Esas señales son conocidas por los hombres y solo en caso de recibirlas se debería seguir adelante, asegura.

Closs reconoce que hoy los varones —que son sensibles con estos temas y no quieren ser violentos— no saben cómo actuar. Afirma que como feminista entiende que al hombre que no quiere reproducir la violencia machista se le hace muy difícil, porque no existe una propuesta que oriente sobre cómo proceder, pero también sostiene que como feminista cree que esa tarea de generar propuestas tiene que nacer de los mismos varones.

“Ya es demasiada tarea para nosotras, las feministas, señalar al mundo que somos personas y que nos tienen que tratar con respeto siempre, como para que además tengamos que generar las propuestas de actitudes esperadas de parte de los varones. Es hora de que los hombres tomen este tema y comiencen a pensar y a ver cuál es el comportamiento que les va a funcionar con las chicas”, asevera.

Adriana considera importante empezar a trabajar con los varones, no solamente desde las organizaciones de mujeres, sino que sean ellos quienes trabajen con sus congéneres en la búsqueda de cómo comportarse en estos casos. Además, sostiene que se debe reconocer que en este punto, como sociedad, tenemos que marcar los límites más claramente.

“Vivimos en sociedad y tenemos que generar algún tipo de contrato social con respecto a este tipo de actos. Desde mi perspectiva no creo que pase por una ordenanza municipal, sino por trabajar en la promoción de una cultura de igualdad, donde yo como mujer tenga la libertad de decirte que me gustás, que me parecés una persona interesante, atractiva físicamente y que vos también me lo puedas decir, y eso no me haga sentir incómoda”, manifiesta.

Las palabras, agradables o no, que un desconocido dirige a una mujer pueden generar en ella temor o complacencia, pero si el piropeador en cuestión no está en condiciones de saber qué reacción va a originar, o es incapaz de determinar si puede continuar con el avance iniciado, entonces es mejor permanecer callado. Porque las palabras, aun sin intención, pueden terminar ejerciendo violencia.

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Pecado capital

En diciembre del año pasado, la Junta Municipal de Asunción sancionó una ordenanza que penaliza el acoso callejero cometido en territorio de la capital. La normativa prevé una sanción administrativa, que consiste en el pago de una multa equivalente a 20 jornales, o unos G. 1.570.000.
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Violencia que no cesa

En lo que va de 2018 ya se registraron nueve casos de femicidios, mientras que en 2017 fueron 53 las muertes en este concepto.

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Protección legal

El 29 de diciembre de 2017 entró en vigor la Ley n.° 5777 de “Protección integral a las mujeres contra toda forma de violencia”. Se aplicará frente a actos u omisiones que impliquen cualquier tipo de violencia que se produzca en el ámbito familiar, en la comunidad, o perpetrada o tolerada por el Estado. Entre esas formas de violencia se encuentran el femicidio, la violencia física, sexual, psicológica, patrimonial, laboral, política o simbólica.