Una de las grandes virtudes de la democracia es su previsibilidad.
Un país donde las normas se cumplen en tiempo y plazo estimula a la sociedad a comportarse rectamente dentro de un estado de derecho.
Por el contrario, cuando los plazos se alteran, los tiempos de contrato se reducen o amplían a simple criterio de los interesados con recursos, la imagen que proyectamos hacia adentro y hacia afuera es que todavía no somos una República guiada por normas previsibles y cumplibles.
Tape Porã. La concesión a Tape Porã del usufructo de una ruta nacional construida con el aporte de todos y luego mantenida por el consorcio privado desde 1993 desnudó todas las falencias que tenemos.
No se cumplieron los plazos ni los modos; el ministro de Obras reconoció la participación de su padre en el negocio; el Ejecutivo dijo que no tenía nada que ver con el proyecto originado en Diputados; demostró no ser cierta la debilidad institucional del Senado, que tuvo que corregir su acta anterior por no contar correctamente los que estaban a favor o en contra; la bajada del avión de un adherente y cargar a un opositor en el vuelo a París con el presidente, previo contrato en Itaipú hasta diciembre del hermano del legislador... y además, que todo acontezca cuando Paraguay pide ser miembro de la OCDE –que condena estos actos–, nos desnuda como país.
ALINEADOS. La oposición se alineó mayoritariamente al apoyar el proyecto del Ejecutivo al punto que el olor a podrido de la votación llevó a una senadora a pensar en abandonar el PLRA.
Finalmente, dejaron sin cuórum la sesión del jueves y pasa la ley a Cartes para sancionarla.
Pero no acaba el escándalo con eso.
Las reglas de juego. Un legislador liberal afirmó muy suelto de cuerpo y de lengua que “la ley puede ser modificada y cambiada por el mismo procedimiento en cualquier momento”, con lo cual abrió las compuertas de la codicia de otro Congreso que podría –previo pago– cambiar las reglas del juego.
El que ganó puede haber pavimentado la ruta de su derrota posterior con el beneplácito de la población.
La señal a los inversores es pésima. Nadie vendrá a invertir local ni internacionalmente a un país sin previsibilidad jurídica, donde los plazos ni modos se cumplen y en donde la ley es simplemente una proclama de buenas intenciones.
De nada sirve invertir en viajes de promoción del Paraguay cuando ni nosotros nos creemos el cuento.
Estado de derecho. Si queremos que los de afuera inviertan en el Paraguay, los paraguayos tenemos que estar seguros de que vivimos en un estado de derecho, con un Congreso, Justicia y Ejecutivo confiables. De lo contrario, como lo dijo Riera, solo Belcebú y Al Capone se sentirán cómodos en el país construyendo escuelas y... república.