La patria es la madre común de todos, escribía el gran filósofo y político romano Cicerón. Pero qué pasa cuando esa madre nos hace a un lado, con indiferencia, nos abandona a la suerte y no se hace cargo de nuestros reclamos esenciales. La patria debe proteger, debe cobijar.
Ese es el abandono que sienten las familias alberdeñas que encuentran en otro sitio el resguardo que se les niega en sus propias tierras.
Alrededor de 70 alberdeños decidieron migrar a la ciudad argentina de Formosa, ya que el río los obligó a trasladarse para sobrevivir. Ellos reciben en el vecino país asistencia integral. La provincia chaqueña les da alojamiento, alimentos, asistencia médica, nutricional y hasta psicológica. Sin embargo, en su patria, la ayuda no les alcanza, y si les llega, no cumple con las necesidades básicas para vivir en forma digna.
Si bien los damnificados calificaron de positiva la visita de Horacio Cartes a la ciudad de Formosa, donde recorrió los refugios, también esperan que su Gobierno siga el ejemplo. Pero pasa que estos pobladores ya esperaron demasiado, aguardan desde hace décadas poder sentirse como en casa, porque en otro país los tratan mejor que en el de ellos. Les garantiza educación y salud desde hace muchos años.
Con respecto a la situación de los refugiados ya se habló de todo. Escuché comentarios absurdos como, por ejemplo, que “ellos (los alberdeños) están acostumbrados luego a cruzar, porque van luego hacia ahí para tener a sus hijos y van a estudiar. Seguro que por eso se sienten mejor del otro lado y buscan refugio allá”, pero hay que detenerse a pensar en estas palabras; es una realidad dolorosísima. Como paraguayos, este tipo de argumentos tienen que herirnos en lo más profundo, no se puede ser tan impasible. Hasta al más indiferente, en algún lugar de su ego patriótico, le tiene que molestar.
Al inicio de su gestión, Cartes prometió que la dignidad de la patria jamás sería negociada y proclamó ante todos los paraguayos que no haría distinción de clases para salvaguardar la calidad de vida. “La bandera roja, blanca y azul jamás vacilará en mis manos”, había dicho el presidente de la República. Sin embargo, a la bandera se la honra, con honestidad y respetando a cada uno de los habitantes de una nación; de otro modo, es demagogia. Nos enseñan desde pequeños a amar a la patria, nos piden que exaltemos la bandera tricolor. Pero la verdadera patria está adonde va tu gente y donde tu gente tiene un techo digno, un trabajo decente y pan todos los días en su mesa.