A muchos les suena a leyenda urbana. A otros directamente les molesta que en la actualidad se hable del tema. No faltan los que lo justifican desde la cómoda postura de que era una práctica común en la época, en todas las dictaduras.
Están los que pierden de vista a los victimarios y responsabilizan a los padres de las niñas y niños, desconociendo campantemente el profundo miedo que reinaba en esos tiempos en el país y en la región, como consecuencia del terrorismo de Estado imperante, y de que las familias eran despojadas de sus pequeñas. Algunas, bajo el engañoso cuento de que la harían estudiar y estarían al cuidado de familias pudientes de la capital. Lo mismo que se sigue diciendo para mantener la figura de las criaditas.
Finalmente, están los incrédulos totales, que directamente exigen pruebas y testimonios fehacientes de las víctimas, que es como meter el dedo en la llaga. Como si resultara fácil revivir las violaciones.
Cualquiera de estas posiciones sobre la historia de las niñas que eran traídas del interior por militares al servicio del general Alfredo Stroessner, para mantenerlas como esclavas sexuales a disposición del máximo jefe y otros jerarcas de su entorno, dan la razón a personas como Rogelio Goiburú.
Este médico, desde la pequeña y precaria oficina que le otorga el Ministerio de Justicia a la Dirección General de Reparación y Memoria Histórica, a su cargo, sueña con un equipo de jóvenes ávidos de adentrarse a desentrañar los tenebrosos pasajes de la dictadura stronista.
Su objetivo es claro: “Solo llegando a la verdad se podrá reescribir esta parte de la historia reciente del país”, dice.
Hubo y sigue habiendo un silencio cómplice de numerosas personas que conocían el drama de las nenitas y de los “criaderos de chiquilinas”, como dice José Carlos Rodríguez, que fue coordinador de Investigación en la Comisión de Verdad y Justicia, cuya tarea transcurrió del 2004 al 2008.
Esto impidió que en estos 4 años se pudieran recoger y sistematizar testimonios y datos sobre las perversiones practicadas y propiciadas por el despótico dictador, que personalmente y con sus esbirros violaron todos los derechos humanos. La fuerte doble moral impregnada en la sociedad paraguaya sigue intentando desalentar y, de ser posible, derribar cualquier intento de sacar a luz los abusos del stronismo. Quizá por eso se escandalizan tanto cuando se habla de las “niñas que eran violadas por Stroessner”.