Hay elementos que se descartan a la hora de analizar el fenómeno de la banda criminal denominada Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), que desde hace años viene causando dolor y provocando graves heridas justamente al pueblo paraguayo al que dice defender.
Está claro que la existencia de este grupo armado de izquierda, de inspiración marxista-leninista, se debe principalmente al abandono y la pobreza que afectan a la mayoría de las poblaciones de estas zonas, en donde la ausencia del Estado es caldo de cultivo para ideologías radicalizadas e irracionales, principalmente entre los jóvenes, quienes son convencidos de que el uso de la violencia es la salida más rápida y efectiva para enfrentar las precariedades y la carencia de oportunidades que soportan.
Los jóvenes son portadores de sanos deseos de progreso, justicia y libertad, muchas veces opacados entre los adultos; son exigencias humanas que necesitan potenciarse adecuadamente para dar paso a una realización personal y construcción a nivel social.
Pero, ¿quién debe educar al respecto? ¿Quiénes pueden aclarar a estos chicos y chicas de los errores de estas ideologías que promueven violencia y terror? Y la respuesta es simple: son y serán siempre los padres o adultos del entorno familiar quienes tienen esta responsabilidad. Y a estos les siguen los educadores de la comunidad, como maestros, catequistas. Y aquí habría que deslindar responsabilidades.
Por ello, aunque muchos lo consideran un factor secundario, el fenómeno del EPP también tiene como origen la ausencia de este núcleo llamado familia, y es necesario tomarlo con seriedad.
Es el padre y/o la madre, los abuelos o aquel adulto que asume con madurez su responsabilidad, son los que pueden acompañar el ímpetu juvenil y encaminarlo positivamente. Y esto no significa educar en la resignación o aplacar el natural reclamo. Hablamos de entregar las herramientas para un uso integral de la razón a fin de el joven comprenda el valor supremo de la vida humana, que no está subordinado a ninguna causa política, social o económica; de que estos hombres y mujeres, que hoy portan armas y secuestran personas, sean capaces de descubrir la dignidad del semejante, recuperar el sentido del trabajo, entender la honestidad y el sacrificio como factores de cambio, y retomar el valor de sus raíces, de la fe y la tradición de sus abuelos.
En el campo hay muchos dramas que claman solución; desde la falta de tierra para grupos campesinos y la migración, hasta el avance de los cultivos de soja, la falta de empleo, el narcotráfico y la inseguridad, entre otros.
Sin embargo, el fortalecimiento de las familias, con políticas gubernamentales integrales, así como la educación de los padres, para que pasen de progenitores a protagonistas de la educación de sus hijos, no es un problema menor para el Paraguay; y ejemplos de ello tenemos por doquier. Por ello, urge tener claro de que la ausencia de este entorno primario y esencial de amor y educación del ser humano, a la larga, termina siendo un grave problema de Estado, y un germen destructivo para cualquier país.