Si un policía actúa como lo hicieron el suboficial y el comisario de la Comisaría 4ª con el joven Richard Pereira, es que realmente la institución está muy mal.
No estamos hablando de agentes de un puesto policial de la más remota compañía del país, lejos de cualquier escrutinio público y de la posibilidad de que los pobladores se animen siquiera a exigirles cierta eficiencia.
Estamos hablando de una comisaría que tiene por jurisdicción dos antiguos y populosos barrios de la capital: Tacumbú y barrio Obrero. Y nos encontramos ante la actuación “altamente sospechosa” y negligente de nada menos que un comisario principal.
Según ellos, el joven al que, según muestra un video, le dispararon cuando ya había descendido del vehículo que conducía, se resistió y gatilló un arma antes, era un sospechoso. La pregunta es ¿por qué era sospechoso? ¿Acaso lo andaban investigando? ¿Había alguna denuncia en su contra? ¿Figuraba como parte de una investigación fiscal? ¿Venía conduciendo zigzagueante? ¿Andaba mirando llamativamente viviendas o locales comerciales con fines non sanctos?
O, como en época de la dictadura, por el solo hecho de circular a las 4.45 de la madrugada por esa zona, 24ª Proy. y Pa’i Pérez, ¿lo hacía automáticamente sospechoso?
Salir de madrugada convierte en sospechoso a cualquiera, según el criterio de la Policía Nacional que, más que propensa al gatillo fácil, padece de una peligrosa mediocridad que la convierte en un grupo armado fácilmente corrompible y en una amenaza para el resto de la sociedad, antes que en una institución que debe preservar el orden público y proteger la vida, la integridad, la seguridad y libertad de las personas y entidades.
Si los policías andan en patrulleras con las luces apagadas, que se colocan en sitios que les permiten agazaparse y “cazar” a ciudadanos desprevenidos, a los que extorsionan amenzándolos con involucrarlos en algún hecho punible, y no duda en disparar si no consiguen “colaboración” (coima), la institución que representan está realmente podrida.
Más allá de cambiarse el color del uniforme y descabezarse algunos grupos mafiosos empotrados en ella, no se logró desmontar el sistema delincuencial instalado en la Policía Nacional que tantos nuevos ricos engendró y sigue engendrando en sus cuadros superiores.
Richard Pereira, la nueva víctima de la Policía Nacional, sobrevivió al terror policial y puede contarnos sobre el criminal procedimiento del sábado último. Pero él ya no podrá caminar por culpa del disparo en la nuca que recibió del suboficial bajo las órdenes de un comisario principal.
Su vida no volverá a ser normal, ni si condenan a cadena perpetua a los bandidos uniformados que atentaron contra él. La Policía Nacional necesita una purga profunda que ningún Gobierno se atrevió a encarar hasta ahora.
Es el problema.