07 ago. 2025

Juanita también tiene derecho de ir a una escuela

Por Susana Oviedo – soviedo@uhora.com.py

Susana Oviedo

El entorno de la Terminal de Ómnibus de Asunción es desde hace años el refugio de muchos desplazados y abandonados provenientes de todo el país. Allí ves desde personas con problemas mentales, hasta hambrientos.

En el área hay numerosos niños en edad escolar, para los que el inicio de clases en las escuelas y colegios, que se da en estos días, no representa absolutamente nada. Ellos, literalmente, apenas sobreviven, ya que su subsistencia depende exclusivamente de las monedas que recogen, generalmente, con la madre en la esquina más cercana, donde haya un semáforo.

Entre ellos se encuentra una joven mamá de 23 años, mbyá, con una niña de 8 y un pequeño de 3 que tose continuamente, lleva la piel llena de sarpullidos, el rostro con manchitas blancas y la barriguita abultada.

El chiquillo no tiene calzados, por lo que la madre lo carga en su largo andar desde alguna piecita que alquilan entre varias mujeres, pasando la estación de buses, hasta la intersección de la avenida Fernando de la Mora con Médicos del Chaco.

El padre se encuentra en la cárcel, contó la mujer, quien ni remotamente tiene contemplado que la nena, Juanita (nombre ficticio), concurra a una escuela.

De hecho, tampoco lo harán los otros chicos que deambulan como fantasmas por esa parte de la ciudad o por el centro capitalino y varios sitios urbanos más.

Nadie se acercó a plantearles siquiera la posibilidad de que concurran a alguna de las escuelas públicas de las inmediaciones, o a un salón que pudiera improvisarse en algún lugar de la Terminal de Ómnibus para que aprendan a leer y escribir, reciban la merienda escolar, vacunas y se les provea el documento de identidad. La igualdad de derechos no rige con ellos. No existe una articulación interinstitucional liderada por la Dirección General de Área Social de la Municipalidad de Asunción.

Cada día de desnutrición, hambre, parasitosis, analfabetismo e indiferencia que pasan estos niños, es un tiempo valioso que se pierde para transformar la durísima realidad que les toca vivir apenas salen del vientre materno.

Mientras sigan las asesorías para diseñar las esperadas soluciones estructurales, esta población de indígenas urbanos padece hambre y se deteriora. Huyeron de sus comunidades, al quedar sin nada qué comer –como le ocurrió a la madre de Juanita, que dice ser de Pindo’i, del Departamento de Caaguazú–. Ignorados y sin chances de incorporarse siquiera al sistema educativo, sus niños no tienen ninguna chance más que reproducir la cadena de pobreza.