EFE
Autodidacta de los patrones, este hijo de italiana y tunecino nacido en un popular barrio de París y residente en Los Ángeles es uno de los personajes de moda del mundo de la creación y un seguro de éxito comercial de todo cuanto toca.
Apenas oficializada su salida de Yves Saint-Laurent, las quinielas sobre su futuro corren como regueros de pólvora, señal del influjo que ha acumulado en el exclusivo mundo del diseño.
Un universo en el que Slimane se mueve como pez en el agua, cultivando el exclusivismo como nadie, ajeno a los medios de comunicación y a toda influencia que no salga de su propia imaginación.
Tras un primer paso por Saint-Laurent, donde entró en 1996, a partir de 2000 revolucionó primero la moda masculina de Dior, donde por vez primera impuso su “look” rockero, juvenil y estilizado, de líneas limpias y colores suaves.
Una filosofía encarnada en la estrecha corbata oscura que, como pocas prendas, se convirtió en la seña de identidad de la generación de principios del siglo XXI.
Un influjo que no cesó de insuflar durante los siete años en los que estuvo al frente de la creación masculina del grupo, hasta que decidió tomar cierta distancia con el asfixiante mundo de la creación para consagrarse a su otra gran pasión, la fotografía.
En 2012, Pierre Bergé, el que fuera pareja sentimental de Saint-Laurent y conciencia moral de la marca desde su muerte, que ya le había contratado en su primera etapa, le confió las riendas de un grupo que no terminaba de encontrar una identidad propia.
No contento con el encargo, Slimane exigió plenos poderes para dar la vuelta totalmente a la mítica “maison”.
Desde el nombre, en el que retiró el Yves, hasta el menor detalle de su universo creativo, pasando por el diseño de las “boutiques”, todo pasó por el tamiz de su mirada, rockera y juvenil, marcada también por el sol de su California de adopción.
Una receta que permitió a la marca recobrar brío y a sus propietarios sanear su economía, una conjunción de personalidad y éxito comercial que ya había experimentado en su paso por Dior.
Slimane es sinónimo de ventas y no tanto porque al modisto le guste acariciar a los medios, a los que detesta de forma visible, o por su presencia en las redes sociales, que boicotea pese a que son el principal terreno de expresión de la generación a la que se dirige.
Púdico para unos, osco para otros, Slimane deshoja ahora la margarita de su futuro con la calma de saber que prácticamente tiene a sus pies al universo de la creación.
Unos le sitúan de regreso a Dior, tras la salida del belga Raf Simons. La casa de LVMH soñaría con arrebatar a la estrella a su tradicional rival Kering, propietario de Yves Saint-Laurent.
Otros incluso consideran que puede aterrizar en Chanel en sustitución del inoxidable Karl Lagerfeld, lo que acabaría por entronizar su talento.
El interesado, como siempre, guarda silencio sabedor que el mundo de la moda aguarda, una vez más, su inspiración.