“A escasos kilómetros de la capital, pobladores sufren por falta de agua”, informaba ayer un extenso reportaje publicado en ÚLTIMA HORA, dando cuenta del vía crucis que padecen los habitantes de Villa Hayes, Nanawa, Falcón, Chaco’i y Beterete Cué, que deben acudir hasta precarios e insalubres tajamares para hallar un poco del líquido vital, ya que de las canillas del sistema de agua corriente no les sale ni una gota.
El drama, acentuado en los últimos días de intenso calor estival, se repite en varias otras localidades del interior del país y en populosos barrios de la propia capital, Asunción, donde algunas tradicionales zonas –como el barrio Tablada Nueva– soportan además el desborde de las cloacas, por el colapso de los sistemas de desagüe.
Si a ello se les agrega la situación causada por los constantes cortes del servicio de energía eléctrica, miles de compatriotas –principalmente los de condición más humilde– se ven sometidos a un verdadero calvario cotidiano debido a la ineficiencia de las empresas del Estado encargadas de proveer los servicios básicos, lo cual tiene incidencia en el estado de ánimo colectivo, en el rendimiento laboral y, por tanto, en la propia economía del país.
Sufrir por falta de agua potable en el país de los más grandes ríos del continente y de las mayores reservas de agua dulce –como el Acuífero Guaraní– parece tan absurdo como padecer constantes cortes de energía eléctrica en el país de la mayores represas hidroeléctricas. Es decir: no es un problema de escasez recursos, sino claramente un problema de incapacidad de gestión del Estado para hacer llegar el servicio a toda su población.
En el caso del agua, la actual Empresa de Servicios Sanitarios del Paraguay (Essap), heredera de la antigua empresa estatal Corposana de época de la dictadura, arrastra un déficit de eficiencia que lleva décadas de manejo prebendario en la institución, de recursos mal administrados, de cañerías antiguas y obsoletas, de pérdidas de líquido y conexiones clandestinas, de muchos territorios que no pueden abarcar, entre otras irregularidades que los intentos de modernización no han podido superar hasta ahora.
Lo grave es que esta misma deficiencia que padece la Essap se traslada a muchas de las juntas de saneamiento y empresas aguateras, sean de carácter social colectivo o de capital privado, que buscan suplir los espacios a donde el Estado no llega, pero que en general registran las mismas carencias, porque el principal problema es que la provisión de agua potable es encarada como un negocio y no como un servicio público.
Aunque se mencionan interesantes proyectos para solucionar las deficiencias, hay que poner más interés en llevarlos a cabo cuanto antes, para no seguir condenando a la población a un infierno cotidiano, solo por no contar con servicios tan básicos, pero imprescindibles, como la luz y el agua.