Las víctimas son los que ya están debilitados por pertenecer al grupo de los dos millones de empobrecidos paraguayos y los que siendo fuertes por sus denuncias, críticas, unión, creatividad o ideales grandes son un peligro para el anterior grupo de victimarios.
Entre ambos un abismo con velocidad de caída, pero de ninguna subida. Lo terrible es el mecanismo de la fabricación de las víctimas. Varios ejemplos.
En Paraguay se debilita a todo lo que se opone al poder constituido. Y el método es el del miedo.
En la dictadura se hacía por el miedo a la detención, tortura, desaparición o exilio a capricho del dictador.
En estos 20 años llamados de transición se hace por el miedo a la llamada Justicia que tenemos.
El primer golpe de esta seudojusticia es la imputación.
Se supone que alguien está haciendo daño o lo hizo o lo hará y surgen las prohibiciones de manifestarse o acercarse a tales lugares o de tener que presentarse semanalmente ante las comisarías para una firma. En caso contrario, ya es reo y viene el segundo paso.
Este es el de una acusación fiscal por el delito de “agrupación ilegal para delinquir”, “atentar contra la propiedad privada” o “poner en riesgo la seguridad pública”.
De ahí se va directamente a Tacumbú o Emboscada para un juicio que dura años y que terminará con una sentencia, que lo inutilizará por casi toda su vida.
Otra variante peor: las muertes, que nunca se investigarán, como la de Vidal Vega.
Así tenemos más de 130 muertes de campesinos, centenares de imputados, los casos de presos por Cecilia Cubas, los presos por la masacre de Curuguaty, los de Pedro y Dora y, últimamente, la prisión del joven Stiben Patrón.
El objetivo: debilitar al pueblo.