25 abr. 2024

El poeta en el pasillo

Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

Sentado en una silla de aquel pasillo repleto de pacientes, el anciano esperaba, en compañía de una hija, que le permitieran acostarse en una cama. Respiraba con dificultad esperando en un hospital público –ocurrió en el de IPS, pero podía haber sido cualquier otro del país– que alguien le colocara un suero, le pusiera oxígeno, dispusiera su internación o aliviara su disnea.

La mirada del viejo enfermo reflejaba cansancio, aunque no sorpresa. Ninguna de las personas que se hacinaban aquella siesta en los atestados corredores conocía mejor que él la idiosincrasia nacional. Ninguna de aquellas personas sabía que el anciano que esperaba agobiado una ayuda que no vendría era el más importante intelectual vivo del Paraguay.

Y pasó el tiempo, mientras Ramiro Domínguez seguía esperando, desfalleciendo en una silla. Cinco horas después, ante la constatación de que la cama no se conseguiría, fue trasladado en ambulancia a un sanatorio privado, pero ya todo sería tarde. Esa noche el enorme maestro guaireño ingresaba al restrictivo parnaso de los paraguayos inmortales. Lo hizo por la puerta usual: la de la indiferencia de sus compatriotas y el abandono por parte del Estado. El poeta había pensado mucho en su propia muerte y había escrito sobre ese momento final con apacible naturalidad.

Por eso dije antes que nada de lo ocurrido lo sorprendería. Él era, al fin y al cabo, el autor de El valle y la loma, el libro que hace medio siglo abrió el camino del entendimiento de las pautas de comunicación y convivencia de la comunidad paraguaya. En una época con publicaciones sobre el tema casi inexistentes, este trabajo renovó las ciencias sociales hasta entonces encorsetadas por criterios tradicionales y de gabinete.

Después, quienes lo conocieron le rindieron homenaje y pasaron revista a su trayectoria impresionante en los campos de la docencia, el derecho, la sociología, la antropología y la literatura. Su personalidad humilde apenas disimulaba un temperamento creativo y servicial. Intentó vanamente incidir en los aspectos casi salvajes del comportamiento nativo. Como el desprecio a la labor intelectual, por ejemplo. En ese sentido, la batalla de Ramiro Domínguez estaba perdida desde el inicio. Las circunstancias de su muerte son muestra de ello. El Estado paraguayo nunca puso interés en proteger a sus adalides culturales. La educación, la cultura y la docencia jamás fueron prioridad.

Mientras escribo esto, recuerdo humillado la fortuna que pagamos a hurreros, planilleros, operadores y parientes de tantos políticos sinvergüenzas que volverán a ser votados por parte de ese Paraguay salvaje que el viejo Ramiro ayudó a describir. Por eso, a él, las horas finales de su vida, podrían haberle resultado angustiantes, pero jamás sorprendentes.

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