Las dos cuestiones más criticadas en dictadura y democracia han sido de lejos la educación y la seguridad.
En la primera de ellas, el dictador Stroessner la tenía bien clara: invertir lo mínimo de manera tal que nadie se levantara contra el régimen. Lo hizo con un 1% anual por 35 años, pero entrar al Colegio Nacional era más difícil que Harvard.
Con la democracia se vino la reforma. Costosa, inútil, mal implementada y un fracaso rotundo. Los reformadores convirtieron el negocio de la educación en un trampolín para otros cargos públicos, mientras descendía terriblemente la calidad pedagógica. Hoy, con una inversión cercana a los 3,5% del PIB anual, estamos en la cola de la clasificación mundial.
Cuando se les espeta a los reformadores estos números, dicen que es cierto de una manera cínica, que solo consigue repudio de quienes creemos que la educación es el mensaje que enviamos hacia un futuro que no vamos a ver y debe, por lo tanto, constituirse en delicado y respetuoso legado que dejamos a las siguientes generaciones.
La criticada ministra Marta Lafuente ha hecho del cinismo un mecanismo de relacionamiento social que refleja una patología que debería ser estudiada por los expertos. Su mentor, Nicanor Duarte Frutos, culpa a los consejeros de la reforma. Para él, los culpables son Montero Tirado, Domingo Rivarola, Gustavo Becker, entre otros. “Ellos hicieron el currículum; nosotros solo seguimos lo que los genios diseñaron”, esbozó como recurso en un reciente programa televisivo. Aparentemente, expresó algo verdadero porque ninguno de los integrantes del Consejo arrimó algún argumento en contra.
La educación paraguaya está muy mal y lo peor es que a quienes debiera importar no responden como debieran. Como reconoce la actual ministra, tenemos una educación del siglo XIX y no parece inmutarle para nada. Quizás porque gran parte del país asume la pésima calidad de ella, es que se convierte en un tema central que el cocido cueste G. 40.000 el litro y que el agua mineral de medio alcance G. 10.000.
Pero lo peor no es eso, sino los argumentos que se esgrimen para justificarlo. La respuesta de Lafuente es que otros ministerios y dependencias gastan incluso más. Nos dice más o menos "... si yo soy corrupta, los otros son aún peores que yo”. Los aludidos tratan de guardar distancias ante un hecho que muestra al Estado absolutamente marginal que se tiene ante los hechos públicos. El propio Cartes reconoce que nadie confía en ellos y hace una cumbre de poderes para expresarlo. Cancela la licitación del MEC, pero mantiene en el cargo a la responsable, quien en conferencia de prensa sigue sosteniendo que lo hizo bien.
Si este es el legado que dejaremos a la siguiente generación, estamos muy mal. No solo los valores han sido trastrocados, sino el cimiento o los principios sociales del edificio social están seriamente quebrados. No esperemos grandes respuestas, porque finalmente el cocido de la educación sigue sabiendo muy amargo y terriblemente malo para el futuro de todos. Renunciará alguno de cargo inferior para seguir justificando desde el MEC, que además de ignorantes se enseña corrupción desde arriba.