Capos en el uso de la simbología política, los colorados son expertos conocedores de la fuerza de los mensajes visuales y auditivos. Tomemos algunos elementos del acto de presentación de la candidatura de Santiago Peña como ejemplo.
Local. Eligieron el de la Conmebol por ser cerrado y no muy grande. Era importante que estuviera lleno, con gente apiñada y con el escenario repleto de figuras de nivel nacional, ministros y altos funcionarios. La difusión a todo el país estaba, de todos modos, asegurada por los medios del presidente. En suma, el poder debía ser mostrado.
Colores. Todos vestidos de rojo, pues era una ceremonia de beatificación republicana. Había que coloradizar al candidato, teñirlo de tradicionalismo partidario. La profusión de banderas rojas no era casual, fue una decisión marquetinera. En otras ocasiones, cuando era necesario ciudadanizar un nombre o una idea –en la presentación de firmas pro enmienda al TSJE, por ejemplo– la tenida fue de blanco. Otras veces fue conveniente hacer desaparecer la sigla ANR y el color rojo y exhibir solo al candidato y la Lista 1. En este caso no, cuanto más colorado apareciera el nombre de Peña, mejor.
Música. Omnipresente, repetitiva y partidaria. Creaba un clima de entusiasmo que a veces faltaba al auditorio; servía como parteaguas entre los discursos y era útil para señalar a los múltiples oradores que su tiempo se había acabado. Ayudaba, además, a mantener el ritmo de una monocorde demostración de tropa y territorio dirigida casi exclusivamente al interior del partido. Había que desmoralizar a la oposición interna con abrumadoras muestras de lealtad de gobernadores, intendentes y presidentes de seccionales de cada uno de los departamentos del país.
Discurso del presidente. Se nota el paso del tiempo en el estilo de Horacio Cartes. Se lo ve más suelto y espontáneo y algo más cálido. No puede, sin embargo, evitar los arranques de cólera hacia aquellos a los que le tiene tirria: Blanca Ovelar, la disidencia y la Fiscalía. Este organismo acusó el latigazo y los fiscales ordenaron unos días después el apresamiento del joven Stiven Patrón en una acción pusilánime que no podrá sostener con pruebas. Cartes, por supuesto, alabó a Peña. Este era el punto más delicado: alguien que se había afiliado recientemente para ser candidato debía presentar a antiguos seccionaleros un delfín que medio año atrás era liberal. Complicado, ¿no? Para eso está la liturgia, mucha liturgia.
Candidato. Su oratoria es todavía endeble, pero parte de una plataforma superior a la que tenía Cartes al comenzar. Era evidente su deseo intenso de caer bien, de ser aceptado por centenares de dirigentes a los que, en su enorme mayoría, veía por primera vez. Por eso cayó en excesos melosos, como cuando dijo que encontró su razón de ser en el mundo gracias al Partido Colorado. Le convendría moderarse en estas apreciaciones porque suenan oportunistas.
En definitiva, lo que para algún extranjero podría parecer un acto político anacrónico y algo fascista, fue una puesta en escena probablemente muy efectiva para los fines buscados. Que el candidato parezca colorado, muy colorado.