Trastornados. No nos gustará admitirlo, pero no podemos negarlo. La psiquis del paraguayo ya acusa recibo de los factores tóxicos que contaminan su estilo de vida.
Leíamos en el diario esta semana que la depresión y ansiedad lideran el ránking de 10.000 consultas solo en Siquiatría de IPS y en Sicología la cifra asciende a más de 12.000. Es algo que debería llamarnos la atención porque entre los pacientes no solo hay adultos, sino también niños.
Hay factores genéticos y químicos que influyen, pero es evidente que detrás de muchos desequilibrios conductuales está eso que llamamos falta de sentido, vacío existencial.
Nos dijeron desde pequeños que trabajáramos por el pan y cuando la mesa la tiene en abundancia, deseamos los postres de la existencia. Luego de probarlos, de todos modos vuelven el vacío, el hambre, la insatisfacción. Y así vemos niños tristes y “aburridos”. Cargados de cosas de moda, pero desdichados. ¿Quién se atreve a ayudarnos a reponer el piso que se levanta, que se mueve, que se deshace debajo de nuestra conformista existencia? Para los campesinos, más en contacto con la naturaleza, la cosa es un poco distinta. Todavía se nota calidez, pero decrece porque algunos se creyeron el cuento y desean lo que a nosotros nos intoxica.
Qué cobardía. Podríamos advertirles, podríamos reconocer sus valores y alentarles, pero callamos porque a nadie le gusta decir que está cayendo, que su piso se desmorona. En la ciudad no hay manera, parece, porque todo el mundo está apurado, hipersensible, despersonalizado. Para alienarnos tenemos de todo: música, tele, viajes, compras, fetiches, flexibilización moral, chabacanería, etcétera...
Nos masificamos, nos perdemos. Y resulta difícil reconocerlo. Porque sería admitir una serie de errores, hacer un esfuerzo serio que implica sacrificio. Mejor dejarse arrastrar por la moda, por el consumo, por el individualismo o, en el más chato de los casos, por las ideologías que nos explican que el culpable siempre es el otro... ¿Y qué pasó con la fuerza de la educación para desalienarnos? La tenemos envasada. Llena de recetas, cambios lingüísticos y novedosas técnicas, pero sin ese coraje de llegar al fondo. Los adultos, distraídos. La familia, en crisis. El Estado, corrompido. Pero la periferia existencial amplía sus fronteras. Llega a esos sitios impensables. Gente con profesión, con dinero, con estatus, pero sin sentido.
Para algunos el umbral de frustración es bajísimo. No soportamos casi nada. En el tiempo del aquí, ahora y ya mismo es difícil descubrir la bondad del dentro de un rato, más tarde, ahora no. Una nueva dictadura gobierna las ideas, el relativismo. Todo vale según se mire, entonces, nada vale realmente. Se pierde consistencia. Las relaciones, los ideales, las preguntas.
¿Cómo restaurar y solidificar las bases para que no caigan más víctimas?
Tendríamos que salir con la linterna como el griego Diógenes a buscar hombres, karai y kuñakarai añetetegua, que nos transmitan su experiencia de positividad, sentido común, fe y realismo. Lo bueno es que sí existen. Están entre nosotros.