18 abr. 2024

Del derecho a la crítica no especializada

Blas Brítez – @Dedalus729

El cine –de ahí la ciega creencia en su poder democratizador por parte del filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940)– es un arte tensado entre lo individual y lo colectivo. No solo en el proceso de su producción artística, sino también en su etapa relativa a la distribución y consumo de lo que ciertos teóricos llaman “bien cultural”, con el adjetivo puesto para atenuar su carácter de prosaica mercancía. Cuando los espectadores acuden a las salas es cuando (y donde) el arte cinematográfico adquiere un potente carácter de masas que, hasta ahora, la televisión de la familia nuclear, ni la soledad frente al devedé, el blu-ray o la internet han podido matar.

En lo referente a su recepción, este carácter masivo ha generado también la posibilidad de que decenas de generaciones de personas en todo el mundo practiquen el comentario cinematográfico a la salida de las salas. Por su capacidad infinita de reproducción, sus espectadores son más variados en su origen social y bagaje cultural que en otras artes colectivas como el teatro y la ópera, en donde acaso hay un núcleo crítico ilustrado más fuerte entre el público. Esos comentarios de boca en boca han aplastado o encumbrado películas casi tanto o más que la crítica especializada de los diarios y las revistas. En lugares en donde la crítica no existe o es pobre, reemplaza su labor con efectividad implacable. Comentar, criticar es un derecho crítico básico del espectador. Lo que no siempre habla, ni mucho menos, de la calidad de las películas, sino de la recepción de sus públicos.

En nuestro tiempo, el comentario o la crítica diariamente se leen en las redes sociales. Hechas por simples espectadores. El compartir opiniones sobre una película es el más primigenio de los actos desde que el cine es cine. Algo parecido sucede en otras artes, pero en ninguna de ellas el espectador no especialista se ha sentido tan extendidamente seguro de ese derecho. Quizá el teatro isabelino y el español del siglo XVII compitan con esa masiva expresión del sentido estético. Tal vez es así por esa pérdida aurática que había previsto Benjamín se opera en un arte masificado. Esa expresión pagana de una educación estética es parte fundante del rito cinematográfico.

He visto muchas veces en Paraguay que, ante la expresión de ese derecho elemental de todo espectador, se indignen incluso los productores culturales, sobre todo cuando son sus producciones las criticadas. En no pocas oportunidades, se han trenzado en debates en las redes con los espectadores, no exentos de agresiones y egos heridos.

Una crítica especializada no saldrá de otro lugar que no sea del ámbito específicamente ligado a la producción cinematográfica. Cuando esa crítica exista y señale las costuras del cine paraguayo, ¿cuál será el nivel de indignación de quienes heroicamente generan aquí el llamado séptimo arte? Dará para una película, tal vez.

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