caceres.sergio@gmail.com
Hay como un doble sentimiento cuando uno termina de ver este documental de más de dos horas. Por un lado, se sale confirmando lo que siempre se supo sobre poderosos personajes allegados a la política nacional y su vínculo con el narcotráfico y el contrabando; por otro lado, y a pesar de tal confirmación, un dejo de sorpresa puede invadirnos al ver la fuerza que desde hace décadas tienen estos delincuentes y las muertes de inocentes ligadas al ilícito.
Juan Manuel Salinas nos ofrece no solo abundante información sacada de archivos de diferente procedencia, sino también consigue testimonios de personas que han vivido en carne propia la mano sanguinaria de los narcos. Las fotos y filmaciones de archivo consiguen indefectiblemente el efecto de remontarnos a un tiempo en que el gobierno autocrático de los militares fue una dura realidad para los paraguayos. Aquellos con más de tres décadas de vida encima no podrán evitar sentir ese déjà vu que las imágenes en blanco y negro suscitan. Ese tiempo y personajes fueron reales y marcan hasta hoy el devenir de nuestra sociedad.
El estilo narrativo es bien conocido en este género y nos recuerda mucho al usado en programas de investigación para televisión. La voz en off cumple muy bien su cometido, aunque en algunos momentos parece cambiar el énfasis en la entonación y confunde si está citando o prosiguiendo con la narración. Cuando no hay imágenes que mostrar se recurre a la animación, que es otro recurso efectivo para estos casos. Otros detalles técnicos seguramente habrá que ajustar, pero en general el ritmo está bien llevado y las dos horas y pico pasan sin que uno se dé cuenta.
Insistimos, es lo que se cuenta lo más atractivo. Es innegable que mostrar la vida conocida pero censurada del general Andrés Rodríguez como narcotraficante es de una valentía destacable. En este país de frágil memoria y de silencios cobardes, esta película marca todo un hito. Debería ser mostrado en los colegios para que los jóvenes sepan más de nuestra historia y acometan el saludable acto de desmitificar a nuestros supuestos héroes. Quizá este gobierno de turno nunca dé ese paso. Pero ahora los padres tienen la brillante oportunidad de que la película está exhibiéndose en los cines del país. Hay que ir a verla, no solo como un ejercicio estético y cultural, sino como una acción política y ética.