Se ha puesto en marcha la larga travesía hacia la búsqueda del poder político. Sus ingredientes principales se pondrán a cocer en una olla de ilusiones, incertidumbres y certezas.
Estarán el omnipresente dinero, la mística, las contradicciones e incoherencias, las carencias y debilidades de uno y otro candidato. La vieja tradición con la renovada esperanza. Todos con un país pobre de fondo que solo es superado en esa condición por Bolivia y en donde la falta de educación es posible percibirla desde la retórica meretriz de dos diputadas hasta la abierta y vergonzosa manipulación de la Justicia.
Algunos dirán que “así somos los paraguayos” cuando en verdad todo esto no es más que el resultado de una sociedad profundamente desigual en donde el Gobierno se pone feliz por subsidiar miserablemente a los pobres y no sacarlos de esa condición. Con un Banco Central que orgullosamente cuenta el valor del dinero remesado por los expatriados que salieron del país justamente por ausencia de oportunidades.
Las campañas deben ser evaluadas con mucho rigor por los votantes. Es la única oportunidad que tiene para pasar facturas, cobrar deudas impagas y demandar cumplimientos ciertos. Las promesas deben ser contratos expedidos a personas y grupos que deben tener muy claro lo que esperan de una democracia de derechos y de deberes. No tienen excusas ni razones para lamentarse si no fueron capaces de escoger correctamente. El sistema de elección todavía no abre todas las posibilidades ciertas de elegir a los mejores porque un sector de la sociedad se empeña en no desbloquear las listas sábana donde caben de todo, desde sinvergüenzas y alimañas políticas sin rubor ni arrepentimientos hasta delincuentes y meretrices declarados.
Hemos probado de todo, hasta un obispo escogimos por voto popular por primera vez en la historia del catolicismo. Este y otros nos mostraron abiertamente los resultados de la larga dictadura de Stroessner y su capacidad de proyectarse en una sociedad a la que la ausencia de opciones la ha sumido en el hartazgo y la impotencia. Pero no queda otra: la democracia que tenemos es la que se nos parece, y para cambiarla debemos nosotros cambiar profundamente. Acabar con el cinismo que recubre la vida de muchos y que se ha convertido en un espacio amplio y profundo donde caben todos, desde los explotadores hasta los explotados y desde los ricos y los pobres nivelados en la afirmación de que “así siempre seremos los paraguayos”. Hay que sacudirse y sacudirnos porque en estas condiciones lo único que crece son los ríos y los arroyos de Ñeembucú convertidos en metáforas vivientes de un país indolente y egoísta. Ahí donde las parturientas deben ir a la Argentina a traer al mundo a sus hijos porque un hospital moderno construido hace dos años no tiene recursos para funcionar porque el gobernador y el rector de la universidad pública ¡son liberales!
Las campañas deben ser momentos para evaluar grandezas de corazón, servicio hacia los demás, compromiso hacia el futuro y, por sobre todo, capacidad para crear y construir un mejor horizonte. No valen las excusas ni justificaciones, las campañas reclaman mandantes y mandatarios que apuren un nuevo amanecer porque entre la obscuridad, la humedad y la inundación estamos hundiendo al país en el descrédito y subdesarrollo permanente.