En el contexto de la convulsionada sociedad paraguaya de la primera década del siglo XX el escritor español Rafael Barrett algo entrevé acerca de lo que se está gestando. Todavía estaban en el ambiente los temblores de aquel terremoto que significó en 1902 la aguda polémica que enfrentó las brillantes inteligencias de Cecilio Báez y Juan E. O’Leary. Lopismo y antilopismo empezaban a ser las dos corrientes históricas por donde iban a divergir los historiadores, y esta división traería nefastas consecuencias para el trabajo profesional de aquellos, con las consecuentes repercusiones sociales.
Barrett, gran observador y crítico de la sociedad paraguaya, también tiene un desencuentro con Báez. Sin embargo, no tendrá las repercusiones épicas de la anterior con O’Leary ni tal carga ideológica. La cuestión es más metodológica y de contenido.
En una contestación a Cecilio Báez, con su innegable visión nietzscheana, le escribe lo siguiente: “No puedo considerar historia una obra que habla del pasado, sin producirme una sensación de vida. Todos los historiadores célebres fueron grandes creadores o resucitadores de vida, grandes artistas, grandes poetas en el amplio sentido de la palabra. La materia del historiador, la documentación, le es indispensable, ¡sin duda!, como la piedra es indispensable al estatuario, y cuando más dura, más resistente, más real sea la piedra, más noble la estatua. Busque el historiador su hostil realidad en los archivos, y escúlpala, como los poetas esculpen la realidad que almacenan en los ávidos archivos de la memoria”.
El escritor español aborrece todo tipo de trabajo historiográfico que sea meramente compilatorio: "¡Muy bien!, eso es lo que nos importa, el método, las ideas del historiador; sin ellas no es historiador, es un recopilador, y a los recopiladores no se les debe sino admiración discreta”. Pero si alguien duda de la vena nietzscheana del anarquista solo tiene que leer estas líneas para convencerse: “En historia no hay hechos siquiera, sino signos de hechos, signos por lo general anodinos, deficientes y contradictorios, y además sin valor científico, como provenientes de personas ajenas a nuestra metodología. La abundancia misma de la documentación es más un obstáculo que una riqueza. [...] La documentación es un pretexto para hacer historia, y la historia es un poema menos inverosímil que los otros...”.
Barrett tendrá más líneas brillantes y sorprendentes. Su opinión sobre lo que estaba ocurriendo con el lopismo (liderado por O’Leary) y el antilopismo (encabezado por Báez) tendrá visos proféticos. La historiografía paraguaya empezaba a tener una difusión importante y todo daba a entender que estaba naciendo torcida.